OPINIÓN    

La xenofobia ataca al pobre

Mario S. Portugal-Ramírez



La xenofobia es la desconfianza, la hostilidad y el odio hacia aquel considerado como extraño o extranjero a la cultura. Por lo general, este “otro” es estigmatizado, identificado como amenaza para la sociedad y culpabilizado por muchos de los problemas sociales. Por ejemplo, el extranjero será considerado como delincuente e inmediatamente asociado con un supuesto incremento de los asaltos en una ciudad, a pesar de que esto se base más en presunciones que en hechos verificados. La xenofobia es aún más peligrosa cuando da origen a una escalada destructiva de acciones violentas y de deshumanización de los “otros”, surgiendo así una espiral viciosa de acción (el xenófobo ataca al migrante) y reacción (el “otro” se defiende y ataca al agresor).

La actitud xenófoba no es inherente a alguna región o país específico, mucho menos a ciertos colectivos. Es una construcción social que dependerá de un entramado complejo de factores sociopolíticos y culturales particulares de una realidad, por lo tanto, no debemos afirmar que cierta nacionalidad o grupo son xenófobos por naturaleza. De hecho, podemos encontrar actitudes xenófobas diseminadas en cualquier sociedad, independientemente de su nivel de desarrollo. En Europa, Norteamérica y ciertas partes del Asia se presenta bajo las banderas de grupos y partidos ultraderechistas que en los últimos años apenas disimulan su intolerancia, asumiendo posturas políticas que culpabilizan al migrante de la supuesta debacle de su sociedad.

En América Latina se expresa en nuestros días de manera rancia contra el migrante venezolano, expulsado por las duras condiciones económicas y políticas en su país. De esta manera, se dice que la presencia de venezolanos ha incidido en la disminución del empleo, en el aumento de la inseguridad, en que nuestras tradiciones se estén perdiendo y otras acusaciones por el estilo. Paradójicamente, en muchos casos estas acusaciones son hechas por ex migrantes que sufrieron una discriminación similar cuando estuvieron viviendo en otros países.

Una característica curiosa de la xenofobia es que es selectiva: un migrante blanco tendrá menos posibilidades de ser discriminado que un afrodescendiente. Esto se debe a que los resabios coloniales en nuestras sociedades persisten bajo diversas formas de racismo explícito y solapado que actúan como marcadores de diferenciación social, provocando que muchos migrantes sean presa del maltrato y desprecio por el color de la piel o por ciertos rasgos físicos. En la actualidad, la discriminación del migrante se ha profundizado por motivos económicos, pues ser pobre es ahora un pecado imperdonable para el xenófobo.

En este sentido, la aporofobia o el miedo y el odio hacia el pobre, noción propuesta por la filósofa Adela Cortina, nos ayuda a entender mejor la complejidad de la discriminación hacia el migrante. Así, el “otro” no solo es rechazado por inmigrante, sino por ser pobre: se sentirá menos aprensión por un futbolista extranjero famoso y rico que se muda al barrio, que por un obrero humilde de la misma nacionalidad.

Cuando la xenofobia, racismo y aporofobia van de la mano tienen nefastos resultados, pues el migrante jamás dejará de ser acusado de causar problemas en una sociedad. Esto puede incluso generar violencia estructural, pues muchos gobiernos, intentando eludir su responsabilidad por gestiones erráticas, han decidido usar a los migrantes como chivos expiatorios, culpabilizándolos directa e indirectamente por todos los problemas sociales. Por ello, no debe extrañarnos que los candidatos y partidos ultraconservadores alrededor del mundo mencionen el “problema del migrante” como parte de sus campañas proselitistas.

Combatir el ensamble de xenofobia, racismo y aporofobia debe ser una prioridad en nuestras sociedades; para ello es urgente un cambio en nuestra actitud individual y colectiva.

El autor es sociólogo y escritor.

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