OPINIÓN    

Pruebas y desafíos para cambiar a la humanidad

Armando Mariaca



Es costumbre inveterada que, al final de las grandes confrontaciones, habidas durante todos los tiempos, y dadas las experiencias recogidas, hayan cambios y transformaciones en los comportamientos; quedaron certezas de que el ser humano enmiende conductas y dé pasos fundamentales en pos de lograr que el ser humano tenga primacía en los sentimientos, propósitos y conductas con miras a conseguir la unidad y solidaridad en los comportamientos, que se troque lo malo con lo bueno y que todo converja a conseguir la paz, progreso y bienestar del ser humano, que se abroguen todas las políticas que permiten el armamentismo y el surgimiento de nuevas guerras y enfrentamientos; que los propósitos y fines de todas las naciones sean conservar la paz, las libertades y todos los bienes morales y físicos en bien de todos sin distinciones de ninguna clase; pero, ocurrió todo lo contrario: hubo obcecación por investigar y mejorar la calidad de los armamentos; las discordias se acentuaron, se equivocaron los fines humanitarios de la economía y, en pocas palabras, se hizo al hombre el peor enemigo del hombre al extremo de promover su destrucción y muerte mediante atentados a la naturaleza con el estallido de bombas atómicas y de hidrógeno que, con el correr de los años, sufrieron modificaciones notables hasta hacerlas infinitas y más contundentes en su poder destructivo. Así los adelantos (y retrocesos) humanos en pos de encontrar armas cada vez más letales, armas que sieguen más vidas y causen más dolor, lágrimas y sufrimiento en millones de personas hasta que siguen, intermitentes, los enfrentamientos en forma de guerras o guerrillas, terrorismo o delincuencia que asuelan la humanidad, pero, sin que haya señales de terminar y cuando hay más empeños en seguir las contiendas, surge, implacable, lo que parece ser respuesta a todos los desafíos:

El Coronavirus, un virus contundente, porque cuando menos se piensa y menos se calcula su poder, se extiende por casi todos los países y, lenta e implacablemente, va cobrando víctimas que, en el pobre criterio humano, parecen simples gripes como sostuvo el Presidente de los EEUU que aseguraba “no tener importancia esta epidemia, especialmente por los pocos casos presentados en su país”; pero, como un acto de venganza por la soberbia, el coronavirus llega al país más poderoso y menos creyente, hasta arribar a la situación de ser la nación más atacada, con mayor número de muertos y enfermos. Llega un momento en que el propio Presidente cae en las fauces de la enfermedad que sus médicos logran superar. El, aún soberbio y petulante, consideró que “todo pasará pronto y él mismo es la prueba de no ser tan grave”. Y retornó el mal causando más víctimas que no responden a ningún tratamiento; entretanto, muchos países investigan, hacen pruebas y buscan vacunas y remedios para el mal; el virus sigue su misión y si merma en algunos sitios, aparece más contundente en otros y, a ratos, parece que las respuestas se alejan cada día más. La humanidad se pregunta ¿hasta cuándo? Toda guerra o enfrentamiento promovidos por el hombre ha tenido respuestas siquiera aproximadas; esta vez, no hay ninguna porque, seguramente no se puede calcular hasta cuándo durará la soberbia humana que lanzó desafíos a la naturaleza que él, como ser humano, debió cuidar y preservar de todo mal e hizo todo lo contrario.

Son, pues, múltiples las pruebas y desafíos que deben cumplirse antes de vislumbrarse remedios; pero, ¿aprenderá el ser humano a respetar y amar lo mejor que tiene y que es la vida?

¿Habrá en los “grandes” del mundo, la suficiente valentía y honestidad para responder? ¿No será que, otra vez, se hagan promesas que luego sean nuevos propósitos para recomenzar la cadena de sufrimientos que han asolado a la humanidad por miles de años, complotando contra la obra de Dios que quiso paz y concordia entre todos?

¿Es un castigo? Si lo es, lo pagan los inocentes, los que menos posibilidades tienen, los que promueven la paz y la concordia, los que se debaten en medio de enfermedades, hambre y consecuencias de las diferencias entre hombres y naciones poderosos. En cambio, los culpables están bien porque tienen los medios y formas de combatir al virus y, cuando desaparezca, seguramente emprenderán nuevas formas de crear más y mejores medios para matar al hombre y destruir la vida de la naturaleza.

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