El mayor ideal para nuestros gobernantes debería ser: cambiar efectivamente en pro del país, dejando, como ropa vieja, los males que lo acompañaron durante seis años: soberbia, petulancia, dejadez, inoperancia y falta de conciencia de país y vocación de servicio. Estas condiciones no siempre han sido aciertos de otros regímenes en el pasado; pero, en alguna forma hubo cambios cada año y no la persistencia del actual régimen de creer que todo lo sabe y puede sin saber ni poder hacerlo.
La libertad de expresión - el gran instrumento del ser humano - tiene la gran ventaja y certeza de ser: franca y honesta consigo misma y con los demás; consciente en sus expresiones; honesta en sus planteamientos; propietaria de lo que dice porque lo hace en nombre y delegación de la colectividad. La libre expresión es, pues, la conciencia misma del pueblo y del gobierno. Del pueblo que no siempre tiene los medios para expresarse y dar a conocer sus pensamientos y criterios y espera – muchas veces pacientemente – que los medios sean certeros, veraces y honestos en sus expresiones.
Han transcurrido seis años del régimen del MAS, un partido que creyó que gobernar era, simplemente, ocupar cargos y puestos y tratar de aprender lo que se debe hacer. Encontrarse que no había sido todo así, fue la sorpresa mayúscula que se dieron miles de masistas que hoy aún no salen de su asombro y parálisis porque el país es más grande de lo pensado y más complejo para ser administrado. Este último determinó que surjan las palabras, intenciones y hechos: “dejar hacer y dejar pasar”. La verdad es que podía enmendarse mucho y no se quiso.
Los finales de año conllevan un deseo: que lo mal pasado no vuelva, que los yerros y tropiezos no se repitan; que la conciencia sea parte fundamental de quienes tienen poder y que la humildad y la honestidad sean los lábaros que conduzcan el trabajo futuro. Frente a lo que podrían ser realizaciones, habría un propósito a cumplir: que el gobierno, su entorno y su partido abandonen la petulancia y entiendan que tienen que ser conciliadores; es decir, humildes de corazón, intenciones y hechos, calculando inclusive que todo ello producirá los cambios que el régimen necesita en su propio beneficio.
El Estado, conjuntamente el gobierno, tienen desafíos a cumplir y el principal radica en que deben actuar con responsabilidad y absoluta honestidad trabajando y produciendo, creando condiciones para generar riqueza y promover empleo; apoyar la producción y las exportaciones; juzgar a los organismos internacionales con las medidas de equidad y ecuanimidad que el régimen querría para sí.
Hay mucho que ver y hacer. Cegarse porque “se tiene el poder” es ingresar en los campos del totalitarismo con vistas a la tiranía, y hay que creer que esa posibilidad estaría muy lejana; al contrario, para el pueblo – y mucho más para los medios de comunicación y periodistas que sienten y piensan como lo hace la colectividad –, renacen siempre las esperanzas de cambios constructivos y que las actitudes conciliadoras sean parte del diario actuar. El pueblo mide los actos de los gobernantes a través de comportamientos, del excesivo gasto de dineros, de los extremos que laceran la economía nacional y lamenta que a la pobreza existente se le agreguen más cuadros de dolor y necesidades.
La pregunta de estos días podría ser: ¿habrá posibilidad de que el gobierno sea constructivo y conciliador? Son anhelos de la esperanza, del amor al país y que pretenden remover conciencias y razones de vida que a veces mueven a quienes adquieren poder y no saben como administrarlo. El país espera que sus derechos sean respetados y nunca conculcadas sus libertades. Espera, y con todo derecho – porque es dueño del voto que puso en las urnas – exigir comportamientos dignos y trabajo consciente y responsable. El pueblo siente que los miedos vividos en los últimos años, se han diluido en el recientemente pasado año, porque se tomó conciencia de que sus derechos no pueden ni deben ser avasallados ni disminuidos ni vulnerados.
El pueblo espera un gobierno constructivo en bien de todo el Estado y actitudes de armonía y conciliación de las autoridades que, por principio, son, deben ser servidoras del país y no de intereses personales y de las conveniencias de un partido. La colectividad está consciente de que cumplir la Constitución y las leyes obliga a rechazar al narcotráfico, al contrabando, a la corrupción. Ya no puede aceptar, resignadamente, que cada poderoso, por creer que tiene derechos sin límites, puede disponer del país a su arbitrario criterio.
Entender realidades y comprender verdades implica un gran esfuerzo para quienes poseen mucho poder; pero, es más fuerte cuando ese poder es absoluto y no se acepta respetar los derechos ajenos como se querría se respeten los propios. Para quienes creen que el periodismo es “enemigo del gobierno”, sólo corresponde señalar: cuán equivocados están en sus juicios, porque cabría preguntar: ¿qué harían y serían sin los medios de comunicación y periodistas, sin analistas ni críticos ni escritores que muestran realidades y solamente desean que el gobierno gobierne y administre el Estado? Medios y periodistas buscan lo constructivo y que haya conciliación y armonía entre todos sin lugar a los revanchismos y odios que, en seis años, han lastimado al pueblo y han disminuido al propio régimen.
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