Salud
Respetar a nuestra pareja consiste en aceptar que existen diferencias en cuanto a ideas, gustos, formas de hacer y hasta maneras de entender la vida; implica aceptarla con los elementos que caracterizan su personalidad; y también tiene que ver con la educación en el trato y las buenas formas.
Transigir supone contemplar la posibilidad de que el otro tiene su parte de razón, ya que esta postura necesariamente nos llevará al diálogo y a la negociación, en la que hay que ceder en algo para que nuestra pareja, a su vez, ceda en otros aspectos. Escuchar es cuestión de actitud, de reconocer que “tú eres importante para mí”.
La pareja necesita compartir tiempo, pero “el tiempo, por sí solo, sólo nos hace más viejos”; lo importante es lo que hace la pareja con su tiempo. Un matrimonio -o una relación de pareja- no es una máquina en la que las leyes de la física determinan su correcto funcionamiento. Tenemos que aceptar que en materia de relaciones humanas, no existe una varita mágica que garantice que las personas respeten, transijan, comuniquen y compartan. El esfuerzo y el aprendizaje social, en su sentido más amplio, y la educación que hemos recibido por parte de nuestros padres, son los elementos que van a posibilitar que trabajemos en el apasionante viaje de cuidar día a día nuestra relación de pareja.
Respetar al otro, a nuestra pareja, consiste en aceptar que existen diferencias individuales en cuanto a ideas, gustos, formas de hacer y hasta determinadas maneras de entender ciertos aspectos de la vida. Y que en algunas ocasiones mi forma de ver una situación no tiene por qué coincidir con la forma con que la contempla mi pareja. No tengo que estar de acuerdo con los argumentos del otro para respetar lo que dice o piensa. Es más, puedo estar convencido de su equivocación o limitado acierto. Es la falta de una escucha activa lo que me impide acceder a su argumentación o a su mundo emocional, quedándome en mi lado de la orilla.
Respetar también tiene que ver con la educación en el trato y las buenas formas. Hablar, hablamos todos, unos más y otros menos. Pero comunicarnos de una manera eficaz ya es otra cosa. Porque la comunicación va mucho más allá de la emisión de unos sonidos más o menos inteligibles y de un mero proceso de natural audición de los mismos. Comunicar con el otro es llegar al otro… y que el otro llegue a mí. Es practicar lo que llamamos escucha activa.
Escuchar no es “esperar a que el otro termine de hablar”. Escuchar no es esperar a que el semáforo se ponga verde. Esto es ser un buen ciudadano responsable, pero esto no es escuchar. Escuchar tampoco es oír. Oír es un proceso natural, pura fisiología de yunque, martillo y caracol. Escuchar es cuestión de disposición personal para el encuentro, es cuestión de actitud. De reconocer que “tú eres importante para mí”. Escuchar no es sólo cuestión de buena voluntad. Solo no. Porque a escuchar se aprende. La buena voluntad es necesaria, pero no suficiente para una escucha de calidad. Tú conoces muy bien que escuchar es fundamentalmente acoger. Pero puede ser que personas de tu entorno no tengan muy claro este concepto de lo que realmente significa escuchar. Invítales a que lo piensen.
Parece ser que las personas no lo tenemos tan claro a la hora de cuidar nuestra relación de pareja. Trabajamos tanto durante la semana para hacer frente a los múltiples gastos que ya ni comemos juntos, ni paseamos juntos, ni disponemos de tiempo para dedicárnoslo el uno al otro; apenas nos vemos un poco por la noche mientras dormitamos en el sofá frente al televisor.
Y llega el fin de semana y quién sabe si el fútbol o la Fórmula Uno. Lo que quiero decir es el “por sistema”, ya que esto estaría indicando un modelo de relación con tendencia al aislamiento emocional o evitativo. Compartir el tiempo es tarea fundamental para que nuestro matrimonio, para que nuestra relación de pareja tenga la posibilidad de participar en muchas otras cosas, como intimidad, proyectos, educación de los hijos, logística del hogar y otras tantas, todas ellas potencialmente saludables para favorecer un amor sano.
El autor es psicólogo y coordinador de Programas en el Teléfono de la Esperanza en Navarra, España.
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