En las últimas semanas del año que feneció, el presidente Evo Morales aunque de soslayo, mostró cierta inclinación a “buscar una nueva imagen para su régimen”. Sin embargo, por las actitudes de orgullo que ha mostrado en varias actuaciones públicas, caben las dudas sobre las buenas intenciones que, es de suponer, abriga el Primer Mandatario que ingresa en este mes a su séptimo año.
Cambiar la imagen gubernamental sería interesante y productivo porque la colectividad ya muestra cansancio con las conductas prepotentes y las poses de soberbia y petulancia que se muestra, especialmente cuando se trata de hacer referencia al pasado o a organismos y entidades que nada tienen que ver con el MAS. Es, pues, el propio Gobierno que, en actitud de pleno reconocimiento de lo que hizo y fue en seis años de una administración que no fue efectiva, el que debe examinar, a conciencia, lo hecho y lo que se dejó de hacer.
Reconocer los yerros, examinar los propios comportamientos y entender, finalmente, que el país es propiedad y pertenencia de todos los bolivianos, será tonificante para el régimen. Persistir en los racismos, los complejos y las posiciones donde se quiere demostrar superioridad en todo, cuando nada se puede en pro del país, siempre será negativo. Una nueva imagen es posible lograrla – y fácilmente – tan sólo con buena voluntad y la conciencia puesta al servicio colectivo. Entender que las experiencias pasadas en un sexenio deberían ser más que suficientes para los cambios, pero para esos cambios que impliquen variar conductas y encaminarlas por senderos que sean constructivos y, además, conciliadores.
El país, como todos los inicios de año, espera que las autoridades actúen con el espíritu conciliador que deberían mostrar siempre; lamentablemente, no siempre ocurre así porque más pueden la seguridad de contar con poderes absolutos que dan lugar a la soberbia y hacen olvidar las intenciones más sanas. Es preciso que el Presidente, el Vicepresidente, los ministros y el partido político MAS asuman posiciones realistas teniendo al frente las circunstancias en que vivimos y la extrema pobreza que aún por mucho tiempo no será superada.
Pero, si de ver realidades se trata, es urgente que se haga un examen prolijo de lo pasado y cuyos equívocos perjudican severa y seriamente las propias intenciones del Gobierno. No reconocer verdades es sumirse más en un oscurantismo ciego y destructor. Iniciamos un nuevo año cuyas características deberían ser: comprobar en pocos meses, que el régimen cambia, modifica conductas y muestra sanas intenciones para administrar efectivamente al Estado sin petulancias ni complejos ni odios y rencores que deberían quedar en el pasado.
Entender la Constitución y las leyes es colocarse en caminos justos; reconocer que se tiene apego a la propia libertad de expresión que se quiere frenar, regular o suprimir. Comprender la profundidad de las leyes y examinar los buenos propósitos hechos al inicio (2006) y olvidados muy fácilmente, es actuar con honestidad. Hay mucho que el Gobierno puede hacer, pero, ¿será posible cuando dominan sentimientos racistas y complejos? ¿Será posible corregir los yerros pasados, mejorar lo bien hecho y hacer propósito de enmienda para no cometer más errores? ¿Será posible librar la gran batalla contra la corrupción, la ineficiencia, el contrabando, el narcotráfico, los excesos en los cultivos de coca, y tantos otros delitos que anulan al Gobierno y lastiman al país? Todo dependerá de lo que, honesta y responsablemente, haga el régimen a partir de ahora.
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