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Todo el mundo admira el crecimiento espectacular de China, el gigante sobre el cual se atribuye a Napoleón Bonaparte, quizá incorrectamente, haber dicho que cuando despertase haría temblar al mundo. Más que temblores, China causa asombro por su rápido crecimiento, de tasas anuales del 10 o más por ciento, que le han permitido multiplicar su producto interno en pocos años y desplazar a países que se creía que fuesen fortalezas económicas: Inglaterra, Francia, Alemania, Japón. Todos perdieron posiciones para el gigante amarillo. Y ahora, desde principios de principios del 2011 que acaba de irse, es la segunda. Se cree que no es exagerado pensar que en diez años, o tal vez menos, sobrepasará a Estados Unidos.
Dos preguntas asaltan a los analistas: 1) ¿Tendrá China la habilidad de inventar necesidades, de crear gran parte de los artefactos patentados a diario en Estados Unidos y colocarse adelante en la capacidad de innovación? 2) ¿Qué pasará si el interior del gigante también despierta? Para la primera pregunta ya hay una respuesta: hace pocos días cundió la noticia de que China registró en 2011 más innovaciones que Estados Unidos. Algunos escépticos subrayan que una cosa es patentar y otra producir con calidad. Pero así fue también hace un par de décadas, cuando la calidad de los productos chinos era vista con un recelo que poco a poco ha ido desapareciendo. Ahora, su meta es diseñar y producir en China en la misma magnitud en que produce y vende al mercado mundial. Para la segunda, hay una gran interrogante. Si China asombra por su desarrollo industrial, también asombra por las brechas inmensas entre los que tienen y los que no tienen. Poco se habla de los cientos de millones (400, según una reciente información en The New York Times), de salarios miserables y niveles de subsistencia que están en la base del desarrollo industrial chino y de su capacidad para conquistar mercados vendiendo barato. Un ejemplo: Hace unos 25 años, una camisa “social” costaba unos 45 dólares. Pocos años después, gracias al libre mercado y a la escala de producción china, una camisa similar costaba 18 dólares. La masa humana que está en la primera escala del sorprendente crecimiento chino equivale a más de dos veces la población de nuestro vecino gigante Brasil, o unas cuarenta veces la de Bolivia.
Hace algunas semanas, las tensiones entre la China próspera de la costa y la atrasada del interior se manifestaron en el pueblo pesquero de Wukan, no muy distante de la región moderna. Los habitantes de Wukan salieron a protestar e hicieron noticia en todo el mundo por sus reclamos contra los emprendimientos urbanísticos que reducen sus áreas exiguas de cultivo. Cuatrocientas hectáreas habían sido cedidas a una empresa pesquera para un criadero de peces y mariscos, con lo que el área de sobrevivencia de los habitantes de la región se reducía aún más. El Gobierno ha intervenido a favor de los agro-pescadores, pero hay que subrayar un dato revelador: ocho de cada diez millonarios chinos hicieron fortuna en la construcción urbana. Incidentes como los de Wukan se repiten continuamente en la China rural. Estimaciones independientes mencionan unas 10.000 protestas por año, muchas de ellas provocadas por proyectos inmobiliarios que reducen las áreas de cultivo.
China es un gigante industrial. Pero sus bases aún son frágiles. Y si esas bases no son fortalecidas, el rugido de su interior también se sentirá por todo el planeta.
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