La política es zurrón de sueños y continente de decepciones. Carrera o servicio, benevolente y letal, pragmática o idealista, es el arte más difícil, la más compleja de las ciencias sociales y el más degustado cóctel de palabras. En ella se expresan los intereses de las clases y los grupos sociales, las elites y los partidos, se dirimen los asuntos estatales, se forman consensos y metas compartidas y con ella en los labios y en las mentes son declaradas las guerras y firmada la paz. Ninguna actividad humana ocasiona tanta euforia ni genera decepciones mayores. Las maniobras políticas son tan imaginativas como sucias.
En los ámbitos políticos cuentan: evocaciones, señas, risas, muecas y pronósticos, incluso la coquetería; son posibles extrañas cohabitaciones y en función de la táctica o la estrategia, ocurren enroques largos y cortos, incluso enlaces y divorcios de conveniencia como también gestaciones, abortos y alguna que otra violación; también nacen seres teratogénicos. En tales zonas de la realidad se despliegan alianzas imposibles y se deshacen coincidencias obvias.
En la política se libra batallas con ideas y palabras, se proclama victorias que jamás se ha obtenido, se convierte reveces en victorias, mientras debutan y se eclipsan los liderazgos, se inventa iconos y gigantes con pies de barro, incluso títeres y medran los traficantes de indulgencias, mientras se suman y decantan adeptos y se dirime la cuestión del poder.
En su esencia más profunda, la lucha política recuerda a una zona franca moral donde a los engaños se los confunde con habilidades y se genera estados en los cuales mentir o incumplir promesas no es pecado y cambiar de bando no significa traicionar.
El protagonista, objeto y sujeto de la política, es un ente impredecible; para algunos una deidad, para otros un monstruo: la masa (a veces confundida con el pueblo), voluble, apasionada y manipulable, que adquiere identidad ante el peligro o la victoria y al grito de: ¡Fuego!, ¡Viva! o ¡Gol!, se arrebata; sin solución de continuidad cambia de la euforia al pánico y puede aplastar o encumbrar sin hacer diferencia. Sin sonrojarse la masa es capaz de linchar al caudillo que aclamó la víspera y de asistir a ejecuciones y luego alborotar en las tabernas.
Hay en la política un lado amable y ético reservado a los líderes auténticos y honrados, a las vanguardias, a los soñadores, a los reformadores y a los revolucionarios, que no impide que lo más abundante sean los diálogos entre sordomudos, las zancadillas y las paradojas. Ninguna fe ha producido tantos natos mártires como ella.
Paradójico es que en respuesta a la crisis la España que la izquierda decía indignada vote por la derecha, que los chilenos sustituyan a una popular presidenta socialista por un oligarca derechista cuyo nombre frecuentemente aparece unido a la zaga de Pinochet y que en Estados Unidos la frustración (indignación la llaman ahora) pueda convertir en presidente a una criatura decantada por la historia y las gentes como Newt Gingrich.
En política se puede crear una organización de más de 30 países sin sede, dirección ni presupuesto capaz de tomar veinte acuerdos sin previamente decidir cómo se los adopta, y que dice no copiar de Europa y elige como estilo, forma y palabra la “troika”.
La más reciente paradoja es que la izquierda se esmere para construir la CELAC y conceda la palabra primero a Felipe Calderón (tuvo la delicadeza de hablar en Castellano) y, en indescifrable retruécano, entregue el batón a la derecha más extremista del área y escuche a un panameño, exponente del conservadurismo oligárquico, reclamar la sede.
La política es también una excusa para agradecer como debe agradecerse a Porfirio Lobo, que no perturbara el descanso de los próceres con nuevas invocaciones al “sueño de Bolívar” ni diera loas a la democracia que lo hiciera presidente.
Porque de la política siempre se espera más, es eternamente inconclusa y a sus obras invariablemente les falta terminación: Allá nos vemos.
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