De la fauna de América

El boyero



¡Cuán­tas jo­yas se en­cuen­tran en­tre las aves que ha­bi­tan el mun­do, en la que el Crea­dor ha da­do li­bre cur­so a su fan­ta­sía!

Cier­ta­men­te el bo­ye­ro, lla­ma­do tam­bién oro­pén­do­la, es una de es­tas jo­yas pro­pias de las re­gio­nes cá­li­das de nues­tro con­ti­nen­te. Por cos­tum­bre ha­bi­ta en lo al­to de los ár­bo­les y ca­si nun­ca ba­ja a tie­rra. Por eso es más fá­cil es­cu­char­los que ver­los. Por­que emi­te un sil­bi­do muy ca­rac­te­rís­ti­co que más se pa­re­ce al sil­bi­do del hom­bre. Y pa­ra no ir muy le­jos se los pue­de ver en la re­gión de los Yun­gas de La Paz. Es muy pa­re­ci­do al mir­lo eu­ro­peo, pe­ro se di­fe­ren­cia en el pi­co, que es blan­co en al­gu­nos y ama­ri­llo en otros. Ade­más de ser lar­go, grue­so y ter­mi­na en pun­ta.

El cuer­po es al­go ma­yor que el del hor­ne­ro y su plu­ma­je es ne­gro, la co­la blan­ca con al­gu­nas plu­mas ro­ji­zas. Las pa­tas son del­ga­das y al­go lar­gas. Las hem­bra vis­ten un plu­ma­je dis­cre­to, es de­cir, par­do os­cu­ro.

Los ex­traor­di­na­rio de es­ta aves es la for­ma co­mo cons­tru­ye su ni­do. Dan­do prue­ba de su pa­cien­cia e in­ge­nio; el ni­do se pa­re­ce más que to­do a una bol­sa col­gan­te. La hem­bra es la en­car­ga­da de su cons­truc­ción, el ma­cho se en­car­ga de la ali­men­ta­ción y la vi­gi­lan­cia. La hem­bra lo te­je con fi­bras ve­ge­ta­les y ta­llos de en­re­da­de­ras. Su in­te­rior es­tá ta­pi­za­do de he­bras de la­na, cer­das, pa­ji­tas y otros ele­men­tos sua­ves.

El ni­do sue­le me­dir al­go más de los se­ten­ta cen­tí­me­tros, ade­más es­tá col­ga­da de las ra­mas al­tas de los ár­bo­les, en di­rec­ción a las co­rrien­tes de los ríos. Tie­ne su en­tra­da en la par­te su­pe­rior de la bol­sa, y la par­te des­ti­na­da pa­ra po­ner los hue­vos y criar los pi­cho­nes es­tá en la par­te in­te­rior, bien res­guar­da­da.

Pa­ra el apa­rea­mien­to el ma­cho lu­ce sus me­jo­res ga­las, emi­te so­ni­dos, co­mo sil­bi­dos con mo­du­la­cio­nes de ex­traor­di­na­ria dul­zu­ra, eje­cu­ta dan­zas, bo­ca aba­jo, so­bre el pro­pio ni­do has­ta lo­grar el con­sen­ti­mien­to de la hem­bra. En cuan­to a su ali­men­ta­ción el bo­ye­ro co­me in­sec­tos, ba­yas y fru­tas. Es muy tí­mi­do y hu­ye de su ni­do a la pre­sen­cia del hom­bre, só­lo se de­ja ver a la dis­tan­cia.

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