Carlos Miguélez Monroy
“Consejos” para la salud, generalizaciones y argumentos sobre cualquier tema colapsan los buzones de correo electrónico y llegan a confundirse con correos personales y que tienen mayor importancia para el receptor.
Esos mensajes nos suelen llegar de personas conocidas. Como uno ya espera ciertos tipos de contenidos de determinadas personas, no cuesta demasiado trabajo decidir si se abre o no el correo, si se borra o si se marca como “no deseado”. Sin embargo, se genera tal avalancha de “información” que con frecuencia fallan los filtros de “correo no deseado”.
A veces uno se pregunta cómo ha llegado a su buzón un correo electrónico que anima a la violencia contra los políticos en general porque “todos son iguales”, para “hacer patria”. “Organízate, agarra las armas, los derechos se ganan […]. Otro país es posible; lo construiremos obreros, campesinos, víctimas de la violencia…”.
Los bombarderos de este tipo de mensajes aprovechan las direcciones de correo electrónico que ven en otros correos que recibieron y los agregan a sus propios listados, o a sus nuevas listas de distribución. Esas listas reenvían a todos sus “miembros” las réplicas y contrarréplicas. Las quejas de usuarios hartos envalentonan a muchos de estos contaminadores, que consiguen así su objetivo: agitar, hacer ruido, contaminar, insultar, descalificar. Antes quizá lo hacían en su casa, en su edificio o en su comunidad de vecinos. Ahora escupen y tiran basura en el ciberespacio.
Uno confía en que ninguno de los destinatarios de un email aprovechará las direcciones personales de las otras personas que aparecen en copia visible. Pero como una deja de controlar la información una vez que ha sido lanzada a las redes; como el texto original puede ser modificado y manipulado, además de generar avalanchas, conviene tomar precauciones.
Muchos usuarios prefieren la copia en oculto (CCO) para correos colectivos a sus familiares, amigos o compañeros de trabajo. Esto impedirá que, si ellos deciden reenviarlo a otro grupo de personas, alguien pueda aprovecharse de las direcciones visibles para sus propios fines.
A veces, ciertos emails pueden resultar graciosos o quizá concuerden con la sensibilidad ideológica del receptor. Pero eso no legitima un reenvío masivo si contiene descalificaciones, información falsa y acusaciones infundadas. Ante la duda, conviene comprobar datos e información, sobre todo cuando puede implicar a terceras personas. No conviene convertirnos en correas de transmisión y lanzar mensajes irresponsables a las autopistas de Internet.
Las redes se convierten con frecuencia en instrumento para ventilar frustraciones, enojos cuando la gente pasa momentos difíciles, cuando ha tenido un mal día o ha perdido su equipo de fútbol. Pero una frase publicada en Facebook, lanzada en Twitter o publicada en un blog en un momento de arrebato puede tener efectos incalculables para las amistades y las relaciones humanas. En muchos ámbitos de la vida basta con “pedir perdón” o corregir el error, pero eso no resulta tan fácil cuando se profiere una ofensa. Por eso el filtro mental funciona igual en Internet que en las reuniones de familia, con los amigos o en lugares públicos.
Ocurre lo mismo con las palabras elegidas para expresarnos. El escritor Javier Marías habla de las exageraciones que emplean muchas personas en su lenguaje para calificar injusticias. “Un manifestante enarbolaba una pancarta que rezaba: “Recortar en sanidad es genocidio”. Sin duda es irresponsable, peligroso y ruin, incluso infame. Pero ¿genocidio? Junto con “holocausto”, es una de las palabras que hoy se utiliza más a la ligera y para cualquier cosa. […]. Las palabras no se crean de la noche a la mañana, requieren de un lentísimo proceso hasta que el conjunto de los hablantes las acepta y las usa. Hoy están casi todas abaratadas, manoseadas, devaluadas, y no tenemos otras de recambio”.
No vale demonizar Internet y las herramientas que nos proporciona por el ruido que puedan generar millones de personas y al que, sin querer, podemos contribuir. La utilización de las tecnologías para crear auténticos espacios de diálogo, de denuncia de injusticias y de aportación de propuestas depende de la educación, del sentido común y del dominio que ofrecen sus distintos instrumentos.
El autor es periodista, coordinador del CCS.
ccs@solidarios.org.es
Twitter: @cmiguelez
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