Jorge Villanueva Suárez
Un elemental razonamiento nos induce a pensar que si los caminos carreteros de Nor y Sud Yungas son angostos (en algunos lugares el espacio es para el paso de un solo coche y los precipicios están a menos de medio metro de las llantas), los denominados buses que transportan pasajeros deberían ser pequeños, ¿no es así?
Pero como estamos en un país donde no predomina la lógica y el raciocinio, ocurre que en estos caminos estrechos, sinuosísimos, con infinidad de curvas y contracurvas, con profundidades (hacia uno u otro lado) de centenares de metros donde se escucha el peculiar choque de las agitadas y turbias aguas de los ríos con las montañas rocosas, los buses hacia estas zonas son enormes a lo largo (más de nueve metros) y a lo alto (más de cuatro metros, con carga en la parrilla).
Y como el lector se imaginará, estas enormes máquinas rodantes con mucho más de 50 pasajeros entre sentados y parados (en el pasillo y gradas de ingreso, además de excesiva carga con “taquis” de coca), requieren de conductores expertos e intrépidos que diariamente (en viajes diurnos y nocturnos de ida y vuelta), arriesgan sus vidas y las de sus pasajeros.
Los viajeros a Yungas tiemblan, gritan y hasta se les corta la respiración cuando dos o más de estos monstruos rodantes (el uno de ida y el otro de vuelta) tienen que ceder el paso. Son tan hábiles estos conductores que se dan modos para salir exitosos de esas maniobras. Pero lastimosamente, más de una vez han ocurrido desgracias en el momento de esos riesgosos encuentros.
LA UNIDAD OPERATIVA DE TRÁNSITO
Con esos antecedentes, lo correcto sería (es) que la Unidad Operativa de Tránsito imponga su autoridad y ordene (sí, ordene) a las empresas del transporte, habilitar otros buses medianos con capacidad de no más de 15 pasajeros con sólo su equipaje y con la prohibición estricta de no llenar con carga de productos. Así, los pasajeros que no llevan bolsas de coca, mercadería, abarrotes, material de construcción (ladrillos, cemento, estuco, fierro), gasolina en enormes bidones, muebles, etc., viajarían cómodamente como en cualquier país medianamente civilizado, disciplinado y ordenado. Los políticos se llenan la boca hablando de “cambio”, pero ese “cambio” nunca llega al transporte público.
LA TRISTE REALIDAD
Estas peticiones tal vez ocasionen risas y sonrisas en propietarios, choferes y público en general, porque, por lo menos hasta ahora, ¡nadie! puede imponer orden en el transporte público provincial, sencillamente porque los sindicatos tienen más poder que las autoridades de Tránsito que sólo “miran de palco” el desorden, el caos y las irregularidades del servicio público.
Solamente cuando ocurren accidentes con resultado de heridos y muertos, la Dirección de Tránsito anuncia pomposamente órdenes (que además nadie cumple), amenazas y reordenamientos vehiculares que duran tres o cinco días y después todo vuelve a su estado caótico (“lo normal” en nuestro país).
ANGUSTIOSO PEDIDO
Por milésima vez: ¿quién pone orden en el transporte provincial? ¿Hasta cuándo se arriesgará diariamente vidas humanas en enormes buses hacia Yungas? ¿Cuándo llegará una verdadera “modernización” a la Dirección de Tránsito? ¿Algún jefe policial o algún gobernante será iluminado por el Creador del Universo para humanizar los viajes en caminos de tierra, estrechos y tortuosos?
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Quedan pendientes muchos aspectos irregulares sobre este escalofriante y absurdo tema que podría ser solucionado con (un poco) de autoridad, voluntad y otro poco de inteligencia.
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