Saben tanto los jerarcas de la burocracia estatal como los comerciantes minoristas más humildes que “el índice de la salud de la economía es la producción y el comercio”. En efecto, si evaluamos la situación económica actual del país a través de ese principio axiomático, encontraremos que ese “índice de salud” en Bolivia se halla tan deteriorado que permite concluir que la economía nacional no está en el grado de prosperidad como pintan los panegiristas del régimen, sino todo lo contrario.
Recientes encuestas sobre el estado del comercio en La Paz revelan con transparencia que ha sufrido, durante los últimos meses de este año, una caída considerable que alcanza a un promedio porcentual del 40 por ciento en relación con el año anterior. Ese dato revela mayor gravedad porque el comercio de La Paz es el más importante del país y se produjo en meses en los que la actividad comercial más bien debió haber crecido por la abundancia de circulante, por el pago de salarios, aguinaldos, bonos, primas, remesas y otros beneficios que reciben empleados, obreros, etc.
El optimista crecimiento comercial debió haberse producido, según las informaciones oficiales, por grandes “progresos” en la economía, como ser el crecimiento de las reservas internacionales por las ganancias de la exportación de gas y algunos minerales, debido al alza extraordinaria de las cotizaciones de las materias primas en el mercado internacional. Sin embargo, pese a esos factores el comercio se redujo a nivel poco menos que alarmante, no sólo en la sede del Gobierno (La Paz) sino también a lo largo y ancho de todo el país, desde cuyos municipios llegan reportajes confirmando que los comerciantes en general disminuyeron sus ventas o sea que redujeron sus ingresos en promedio del 50 por ciento.
El comercio es un engranaje de la economía nacional en la que se realiza compra-venta de mercancías. En ese sentido, si decrece esta actividad quiere decir que la economía en general se encuentra en dificultades, en particular en lo que se refiere a la producción y el consumo, vale decir que la gente tiene menos ingresos y que, por tanto, sus posibilidades de adquirir productos se han reducido, sin tener en cuenta, por otro lado, el alza de precios o sea el crecimiento de la inflación que llegó casi al 7 por ciento.
Si el comercio, que es una rama de la economía (que está formada por los engranajes de producción, distribución, cambio y consumo), no se encuentra en buen estado, querrá decir de manera lógica que toda la máquina no se encuentra bien, tampoco los engranajes de la producción y el consumo y, por tanto, no gozan de la prosperidad que pregonan a tambor batiente los jerarcas de la burocracia, en otros tiempos definida como “insensible y satisfecha”.
Pero donde se observa que la crisis comercial avanza en forma incontenible es en el principal engranaje, que es el de producción, que está deteriorado en casi todos sus partes, excepto construcción, coca, contrabando y narcotráfico. En efecto, se han paralizado en gran medida la producción agropecuaria, la minera y la industrial, que son los fundamentos de la prosperidad de un país. Este último aspecto es tan cierto que el país pierde casi mil millones de dólares por importación de gasolina, diesel y otros, así como por la importación de unos 600 millones de dólares en alimentos, sin contar los montos del contrabando que alcanzan sumas parecidas y sin lo cual el pueblo boliviano estaría pasando hambre.
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