María Guerrero
Amarnos a nosotros mismos significa darnos la oportunidad de descubrir nuestro propio potencial; ser honestos con nosotros mismos y como tener en cuenta nuestras necesidades; respetarnos, aceptarnos y querernos por ser sólo quienes somos. Significa dejar de juzgarnos, de criticarnos, de compararnos con los demás, de exigirnos ser diferentes de quienes somos y romper con la idea aprendida que tenemos respecto a nosotros mismos. Ésta condiciona nuestra vida y nos lleva a vivir desconociendo una parte importante y valiosa de quiénes somos. Significa atrevernos a ser quienes somos, abrazando nuestra realidad aunque a veces no nos guste o no se acerque a lo que queremos que sea, porque acogiéndola podemos atravesarla y trascenderla.
El amor por uno mismo comienza a desarrollarse en la primera infancia en el seno de nuestra familia. Con los mensajes que recibimos y los comportamientos que vimos, nos hemos formado un concepto de nosotros mismos.
La relaciones disfuncionales distorsionan los patrones de relación que establecemos con nosotros mismos y con los demás. Si todo lo que conocimos fue un modelo poco coherente, asumimos que es así cómo tiene que ser y lo incorporamos, formando un repertorio de comportamientos y actitudes que reproducimos a lo largo de nuestra vida.
Somos herederos de historias y, si las mantenemos inconscientes, repetiremos los patrones que nos dañaron. Nuestras relaciones se construyen a partir de una elección de la persona que nos complementa y con la que podemos seguir manteniendo el rol que aprendimos en nuestra infancia.
Cuando no tuvimos la oportunidad de satisfacer nuestras necesidades básicas, llegamos a la conclusión de que nuestras necesidades no son importantes; entonces crece en nosotros un sentimiento íntimo de vergüenza e indignidad que nos impide sentirnos dignos de ser queridos por ser quienes somos, por lo que terminamos creyendo que necesitamos depender de los demás.
Formamos creencias limitadoras de nosotros y nos escondemos tras máscaras de mil colores para mostrar una imagen que consideramos aceptable de nosotros y así conseguir la valoración y el afecto que necesitamos.
Estas creencias, avaladas con nuestras experiencias, suponen un obstáculo en el camino de nuestro potencial como ser humano. Terminamos volviéndonos dependientes del afecto de los demás, lo cual constituye el origen de nuestro sufrimiento emocional.
En el inicio de las relaciones aparece el “príncipe azul” o la “princesa encantada”. Me gusta llamar “NO-VIO” a esta fase del noviazgo porque en esta etapa tan sólo vemos lo que deseamos ver y que se ajusta a nuestra fantasía. Si vislumbramos una característica que nos disgusta, fantaseamos con la idea de que cambiará o incluso, con la prepotencia del “yo lo cambiaré”, cosa que nunca ocurre. Nadie cambia por otro aunque se lo haga creer con promesas y nosotros decidamos ponernos la venda en los ojos para creerle.
Desde esta ceguera emocional que llamamos enamoramiento y que a mí me gusta llamar atontamiento mental transitorio, buscamos satisfacer nuestras carencias afectivas.
La falta de suficiente amor generó en nosotros un agujero emocional que nos lleva a vivirnos a medias. Mi Y/O (partido) buscará un T/Ú (partido) para complementarse y lograr la unión fantaseada. Realmente lo que se logra es un NOS/OTROS cuya dinámica se alimenta de manipulación y competitividad.
Los conflictos son frecuentes porque cada uno se coloca en la espera de que el otro satisfaga su propia necesidad, haciéndole responsable de su bienestar.
Desde la carencia, sólo podemos establecer relaciones enfermizas en las que anulamos una parte importante de nosotros. Nos creemos que amamos mucho cuando en realidad necesitamos mucho. Este tipo de pareja mantiene un baile arrítmico pero con ciclos predecibles: rompen y vuelven una y mil veces, porque no se desvinculan. Si están juntos, se pelean; si están separados, aparece la angustia y el miedo.
El proceso de salida de ese Y/O constituye la esencia del trabajo que nos lleva a conformarnos como un YO entero que buscará para relacionarse no con un T/Ú sino con un TÚ completo.
Hoy, aquí y ahora podemos comenzar a creer en nosotros, dándonos permiso para mirarnos de un modo diferente que nos permita sentirnos personas valiosas y dignas de amor, que nos posibilite para amarnos y amar a los otros sin tantos juicios y deberías. Sólo así, poniendo conciencia en quiénes somos, podemos descubrir a la persona maravillosa que llevamos dentro y ver al otro en toda su dimensión.
Limpia tus ojos de ayer y estrena una mirada nueva, deja que resuene en tu interior con toda su fuerza: “Este soy yo y así está bien”.
La autora es psicóloga y colaboradora del Teléfono de la Esperanza.
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