Mariano Baptista es un artista en elaborar libros compilando artículos y haciendo collages con ellos. “La muerte de Pando y el fusilamiento de Jáuregui” no es una excepción, aunque rabioso contra Abel Iturralde.
José Manuel Pando fue un político excepcional, estudiante de medicina que no terminó su carrera por ingresar a las armas y gran explorador de Bolivia. Exagerando, casi lo conocí personalmente durante mis vacaciones en La Paz, cuando residía en el exterior y vez que me alojaba en casa de mi tía Gladys Jahnsen vda. de Luca. Ni bien llegaba, me encerraba en un cuarto de unos treinta metros cuadrados rodeado de objetos y papeles de Pando, porque mi tía, nacida en Concepción, Santa Cruz, se casó con su nieto hijo de un italiano y enviudó dejándole seis hijos. Todo lo que veía y leía de él me entretenía. Pando se casó con una noble aymara quechua, Carmen Huarachi Siñañi, desmintiendo la idea de que todos los indígenas siempre fueron marginados.
Sin pruebas, porque posteriormente residí varios años en otro continente, nunca supe el destino final de lo que contenía ese cuarto, pero puedo inferir que Pando veía a las indígenas como mujeres. Especialmente a las de Luribay por su habilidad en contraer y relajar su principal atractivo. Para mí, su asesinato fue producto de un marido despechado o simplemente falleció con 69 años después de un momento de intenso amorío, ajeno al conocimiento de su desposada. Pando ya no estaba interesado en política y disfrutaba de su producción de singani en Luribay, verdadero paraíso con viñedos, mieles, árboles y agua límpida, así como de la vida. Carmen, la Huarachi, no hubiera aguantado semejante agravio a su honor, si le decían la verdad.
Por lo que Baptista se hace preguntas sin sentido y endilga a Abel Iturralde la responsabilidad del fusilamiento de Jáuregui, decidido por Hernando Siles y nadie más. Le molesta la “rebosante potencia sexual de Iturralde”, el que casado, en ningún momento tuvo una amante que sorprendiera a su mujer con hijas, por lo mismo que era beato. Ultraísta sí, hasta el punto de hacer quemar el predio de los masones en la calle Castro. Era sobrino de una monja concepcionista y dio un nieto a los jesuitas, quien también aymara hablante, murió con hipotermia atendiendo a los más necesitados en plena cordillera.
Baptista refleja un encono hacia Abel y pone hasta en duda su calidad de centinela del petróleo. Con odio mayor a Baptista Saavedra, quien, dígase de paso, estuvo siempre ligado a la familia Iturralde, de la que incluso adoptó un nieto de Abel como hijo, por puro cariño entre partes y debido al hecho de que él no tenía descendientes.
El autor del libro sobre el asesinato de Pando más bien debería haberse centrado en las diversiones de Pando con graciosas cholitas que brindaban cuanto solicitaba el apuesto coronel, “quien no andaba con remilgos a la hora de compartir el lecho con una fémina campesina”, según Baptista.
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