[Luis S. Crespo]

El Día Histórico - 23 de enero de 1899

Masacre de Ayo Ayo


Producida la llamada guerra federal entre conservadores y liberales de Sucre y La Paz por la capitalía de la República y el liderazgo en el país, después del combate de Cosmini, donde fueron derrotados los escuadrones Sucre y Monteagudo del ejercito constitucional, los jefes, oficiales y soldados que no habían caído o no habían querido caer prisioneros, y algunos de los heridos que aún podían tenerse sobre su cabalgadura torcieron bridas y galoparon desesperadamente con dirección a Ayo Ayo, para seguir de aquí camino a Oruro.

Pero a muy poca distancia del campo de la acción, empezaron a ser perseguidos y acosados por numerosos grupos de indígenas que los atacaban sin piedad, intentando asaltarlos y derribarlos de sus cabalgaduras.

Los que mejor montados estaban lograron avanzar hasta Panduro y Caracollo, donde se encontraron con la columna Ramírez que venía de Oruro a Viacha; pero algunos otros que por el mal estado de sus cabalgaduras, por el cansancio o porque los heridos no podían galopar demasiado, no pudieron escapar al ataque de las hordas indígenas, ingresaron al pueblo de Ayo Ayo, en cuyo templo se encerraron, con la esperanza de que no tardarían en llegar de Viacha algunas fuerzas en su auxilio.

Los indígenas en número más crecido y capitaneados por el Villca Zárate, se precipitaron sobre el pueblo, pensando hacer presa segura de todos los que se habían refugiado en el templo. Se situaron en las calles cercanas a la plaza, incendiaron seis o siete casas, robaron, destruyeron todo lo que encontraban a su paso y dieron muerte a algunos vecinos, entre ellos a Lorenzo Blacutt, Gregorio Luna y otros. Luego estrechando más el campo de acción, cercaron la manzana donde estaba la iglesia y la incendiaron íntegramente.

Los que estaban asilados en el templo, llenos de terror ante la magnitud del asalto, no supieron qué hacer. Algunos de ellos, los más serenos se situaron en la torre y desde allí empezaron la cacería de los indígenas, a tiro certero, con el propósito de amedrentarlos y dispersarlos, mientras los otros, y los sacerdotes, oraban y pedían a la providencia los salvase de tan apurado trance.

Pero los indios lejos de intimidarse, y enfurecidos más bien con la muerte de sus compañeros, y embrutecidos por el alcohol, prendieron fuego al templo y de una oleada derribaron la puerta. Se introdujeron allí, y sin oír nada, se apoderaron uno a uno, del coronel José Ávila, del teniente coronel Melitón Sanjinés, del capitán Andrés Loza y de todos los que allí se encontraban, y los sacaron a empellones al cementerio, donde les dieron una muerte cruel y tormentosa.

Faltaban aún los sacerdotes. Don Juan Fernández de Córdova, capellán de uno de los escuadrones derrotados en el Crucero, don José Rodríguez, cura de Viacha y don Francisco Gómez, cura de Ayo Ayo, que había acudido al templo, en demanda y cuidado de los heridos, se habían revestido de los ornamentos sagrados, teniendo uno de ellos, Córdova, la custodia del Santísimo Sacramento en la mano, se colocaron en el tabernáculo, creyendo que esta actitud sería respetada por los indígenas. Más todo era en vano. Los indios enfurecidos aún más, y con la sangre hasta los tobillos, se lanzaron sobre los sacerdotes, los despojaron de sus vestiduras, y los condujeron también al cementerio, donde los victimaron igual que a los otros...

En el templo ninguno quedaba.

En el cementerio y en la puerta misma de la iglesia se veía un hacinamiento de cadáveres, descuartizados y horriblemente mutilados. Eran 23 cadáveres o restos de cadáveres de jefes antiguos o meritorios, de ancianos sacerdotes y de jóvenes distinguidos de la sociedad chuquisaqueña.

En el mismo cementerio, en la plaza y en las calles próximas, se hallaban también tendidos más de 150 indios muertos a bala por los que se habían encerrado en el templo.

El escuadrón Junín, derrotado en Corocoro, llegó a las cercanías de Ayo Ayo, en los mismos momentos en que se realizaba la masacre, pero ignorante de estos sucesos, y no pudiendo entrar al pueblo por la actitud hostil de la indiada, siguió su camino al cuartel general de Viacha.

Tres días después, apostó a Ayo Ayo el capitán general don Severo Fernández Alonso, a la cabeza de sus fuerzas militares... Encontró en el cementerio el hacinamiento de cadáveres en medio de charcos de sangre que ya empezaba a coagularse. Profundamente consternado ante este horroroso espectáculo, mando lavar y dar sepultura a aquellos restos humanos.

Cuéntase que en medio de su consternación, el doctor Alonso dijo al ver el cadáver del cura Fernández de Córdoba: “Hay que vengar esta sangre inocente”.

¡Así murieron esos meritorios jefes y distinguidos jóvenes de la sociedad chuquisaqueña, victimas del abandono en el que los dejaron sus superiores!

EL DIARIO, 23 de enero de 1923.

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