La historia de las Fuerzas Armadas de la Nación corre equidistante con la historia de la nacionalidad boliviana, desde sus orígenes hasta nuestros días, cuyo propósito ha sido hoy como ayer superar los escollos socio-económicos y político-culturales que frustraron, permanentemente, toda aspiración inherente a un futuro con justicia social, que nos permita reducir la pobreza.
Aquella institución, una de las más representativas del país, tuvo entre sus integrantes una pléyade de esclarecidos y meritorios hombres de eminentes servicios prestados a la nación. Por lo visto, no todos sus componentes estuvieron descalificados, como quisieran dar a entender sus gratuitos detractores, en democracia, restituida gracias a otro militar, en octubre de 1982.
Algunos, visionarios e imbuidos de profundo sentimiento patriótico, no vacilaron en cambiar el curso de la historia, sin aspavientos, con desprecio a cosas materiales y con vocación de servicio a la Patria, adquirida en la férrea formación castrense, en una perspectiva transformadora y esperanzadora, a fin de encarar la construcción de un nuevo Estado, con independencia económica, inclusión social e integración, al margen del canibalismo político, del disgregador regionalismo, del odioso racismo y funesto entreguismo, en unidad nacional.
Actitudes que se tradujeron en las conquistas sociales, económicas y culturales, asumidas oportunamente por ellos, las mismas que avalaron su tránsito por el seno de las Fuerzas Armadas de la Nación y, particularmente, por las altas esferas de la administración pública, pese que esa inquietud no ha gozado de la comprensión ni la tolerancia de sus congéneres, quienes se detuvieron para observar con más ahínco sus desaciertos y no así los aciertos por el bien común. En ese marco serán recordados con respeto, gratitud y admiración, para honra de sus descendientes, a diferencia de aquéllos vacilantes que se perdieron en el anonimato, sin pena ni gloria.
El ingrediente político, resultado de aquellas especulaciones ideológicas universales, hizo de los uniformados y civiles derechistas o izquierdistas, o a la inversa, hecho que ha creado resquemor entre ambos sectores, deteriorando todo principio de entendimiento, en menosprecio a los supremos intereses nacionales.
Sea oportuno recalcar que ningún Gobierno es perfecto sino perfectible, porque sus protagonistas, de carne y hueso, con vicios y virtudes, debilidades y fortalezas, incurrieron, permanentemente, en equivocaciones o reiteraron falencias, lo que no harían seres extraordinarios, iluminados. Esos hechos les hicieron pasibles a la condena de la historia y la despiadada crítica de los hombres, que exigieron siempre de aquéllos desprendimiento y renunciamiento o, en su caso, que den un paso al costado.
Abrumado por esta realidad el presidente Manuel Isidoro Belzu, al dimitir en 1855 a favor de su yerno general Jorge Córdoba, afirmó que “Bolivia se había hecho incapaz de todo gobierno”. Patéticas las palabras pronunciadas por aquél ex dignatario de Estado y que están vigentes en todos los tiempos.
En suma: ojalá el espíritu de aquéllos militares patriotas ilumine a los gobernantes de turno para que trabajen de veras por el país, posponiendo intereses mezquinos, personales y sectarios, tomando en cuenta que los hombres pasan y las obras quedan.
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