Economía de palabras
El presidente Evo Morales padece de delirio de derrocamiento, que por momentos llega a ser delirio de colgamiento, como imaginando desenlaces más rápidos para el deterioro que vive su gobierno.
El espeluznante espectáculo del 21 de julio de 1946 en la plaza Murillo es un referente constante en la política boliviana y parece que para el presidente Morales llega a ser una pesadilla.
Lo que se vio el domingo fue que el presidente Morales quizá no esté colgado, pero es prisionero de unos conspiradores que lo están usando para mofarse de él. Y columpiarlo. En la política boliviana no se necesita tener una soga al cuello ni pender de un farol para estar colgado.
Obligarlo a leer cifras largas, sabiendo que él tiene dificultad para hacerlo, como los bolivianos lo sabemos de sobra, es una forma de poner en evidencia sus falencias. Ponerlo en ridículo ayuda al proyecto de alternancia en 2014.
Cuando dejaba de leer las inverosímiles cifras y salía del texto, se ponía ameno, incluso brillante, como cuando aplazó a un diputado en geografía. Pero tenía que volver al texto.
Quiso informar sobre la deuda interna pero ahora se conoce que ni siquiera a él se la dejan saber. Su protesta reveló que es prisionero de unos burócratas ineptos, que lo tienen colgado.
Dijo que los responsables de la falta de esas cifras iban a ir al calabozo. ¡Si supiera el presidente que casi todas las demás cifras que leyó son mentiras o medias verdades!
Estar colgado es promulgar una ley y luego tener que promover que se la revise, obligado por transnacionales que sólo piensan en que haya sobreoferta de la materia prima que usan.
Estar colgado es tener que firmar acuerdos tripartitos contra la droga, forzado por el caso Sanabria, y repetir consignas huecas en las que has dejado de creer.
Estar colgado es decir que estás erradicando cocales pero por otro lado saber que todos los parques han sido invadidos por los cocaleros que actúan respaldados por grupos de colombianos armados, por mafias rusas, brasileñas, peruanas o mexicanas.
Lo de Gualberto Villarroel fue muy diferente.
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