Hablando a tu corazón
Anhelar es desear algo vehementemente, es decir con un sentir fervoroso y ardiente que nace del corazón. Este anhelo puede traducirse de muchas maneras o formas, conforme a lo que se quiera, por ejemplo: cosas, personas, lugares, actividades o posiciones. Así también en Dios hay grandes anhelos que surgen como consecuencia de haber conocido su gran amor y misericordia. Hermosos anhelos que no pueden compararse con las cosas materiales o terrenales que nos ofrece el mundo, por el contrario, grandezas de valor incalculable, como el deseo de estar junto a Él siempre, cerca de sus moradas y en los atrios de su casa.
“¡Cuán amables son tus moradas, ¡oh, Jehová de los Ejércitos! Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová. Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo” (Salmo 84:1-2).
Este fervoroso sentir debe latir diariamente en nuestros corazones, porque lo mejor de todas las cosas es escoger la presencia del Amado, aunque sea sólo por un día, que permanecer alejados de Él por mil días en lugares y moradas lejanas que posiblemente deleiten a los ojos, pero que se encuentran apartadas de Él. Tal vez buscando cosas muy importantes para nosotros, pero que pronto pasarán si no tienen un objetivo en Dios.
El comprender este principio como parte de nuestra vida, nos llevará a entender el valor de buscar la prioridad en Dios como lo más deseado, viviendo continuamente el agradable y dulce sentir de estar en sus atrios, empapados de Él, vibrando de gozo en su presencia y rodeados de ese amor eterno que nadie más podría darnos.
“Porque mejor es un día en sus atrios que mil fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios que habitar en las moradas de maldad”. (Salmo 84:10).
Entonces, viviremos el más grande anhelo de amar el habitar con Dios a cada instante, con un corazón fervoroso y amante sólo de Él, convirtiendo nuestros tiempos de alabanza, adoración y oración, en tiempos de gloria y poder.
“Jehová, la habitación de tu casa he amado, y el lugar de la morada de tu gloria” (Salmo 26:8).
Y aunque un ejército enemigo acampe contra nosotros, acechándonos para destruirnos con guerra por todas partes, permaneceremos confiados, demandando sólo una cosa, que será por sobre todos los sufrimientos y tribulaciones que podamos atravesar, un sublime anhelo que brotará por contemplar la hermosura de Dios.
“Aunque un ejército acampe contra mí no temerá mi corazón, aunque contra mí se levante guerra yo estaré confiado. Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo”. (Salmo 27:3-4)
Amados hermanos, el anhelo por Dios es como un fuego ardiente que nunca se consume, un sentir fervoroso que se enciende, motivando nuestro ser de continuo a tener una vivencia real con Él todos los días, en toda circunstancia, y en todo tiempo. Ese ANHELO ARDIENTE se convierte en parte de nuestro ser.
¡Sí!, porque ahora pertenecemos a Dios, quien en su infinito amor y misericordia nos ha comprado con un alto precio para hacernos sus hijos amados, a los cuales anhela celosamente, ¿se imaginan ser anhelados por Dios? Tal vez nuestra mente no alcance a comprender tanta grandeza, pero a través de la fe en su Palabra experimentaremos qué es una viva realidad.
¿O piensas que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente? (Santiago 4:5)
Que Dios te bendiga.
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