El comienzo de una nueva gestión es promisorio hacerlo sin las ataduras y falencias de la anterior. Es contraproducente seguirlas arrastrando, porque se convierten en lastre que desprestigia y debilita.
Evo Morales inició su séptimo año de gobierno con menos aceptación que nunca, porque al designar a su nuevo gabinete se equivocó de medio a medio. En vez de demostrar mejor disposición de pacificar al país, el cual se debate atemorizado por el miedo y la crispación, puso de inmediatos colaboradores suyos a dos personas que suscitan resistencia.
Uno de mucho tiempo atrás y otro que fracasó ruidosamente en el último año, como gestor de los mayores conflictos que confrontó la administración actual. Así la cara del gobierno en vez de ser alentadora y estimulante, se tornó en agria y proclive a desatar otras tormentas.
El mandatario no acoge mayormente las sugerencias y propuestas que le hace diariamente la prensa, en especial. Más bien, psicológicamente está predispuesto a denostarla y agredirla. De ahí su empeño en insistir en acallarla, por cualquier medio.
Al mismo tiempo, no mide la fortaleza de ánimo que han demostrados todos estos años los gremios periodísticos independientes, que constituyen el 95% del sector, no para oponerse a su gestión, sino para defender sus principios, que es el compromiso implícito que se asume al dedicar desvelos colectivos e individuales a esta actividad de servicio.
El Presidente sabe bien que se topará contra un roca invencible, inclaudicable, si continúa en los afanes de aplicar una u otra medida en contra del ejercicio periodístico. La Ley de Imprenta de 1925 es suficiente para regular la actividad periodística. Se trata de argumentar que es añeja, olvidando que cuánto más vida tenga seguirá siendo la mejor fuente para iluminar el quehacer periodístico.
Es cierto que son posteriores a su nacimiento la radio y la televisión, pero sus principios sobre la libertad de prensa son invariables para todo tiempo. De manera que por simple analogía se las aplica hoy en los nuevos medios y así continuará siendo en el futuro.
Debe quedar en claro que la Ley de Imprenta de 1925 no tiene carácter reglamentario, simple y llanamente es principista y esto es lo valedero y eterno. Más aún, prevé que aquél medio o periodista que los infrinja deberá ser pasado a la justicia ordinaria (Art. 27). ¡Qué más se le puede exigir a una legislación que es motivo de honra para el periodismo boliviano!
De ahí que, cumpliendo el espíritu de paz y concordia que propugna el periodismo para los bolivianos, otra vez, aun a riesgo de caer en saco roto, el gremio periodístico anhela que en el país prevalezca el respeto a los derechos y el acatamiento a las obligaciones.
Pese a que hasta ahora la política gubernamental ha sido de confrontación y vulneración de los principios esenciales de una sana convivencia humana, nunca está demás plantearle la corrección de los errores y qué mejor para ello que dictar una amnistía general en el país.
En Bolivia hay mucho por hacer, en particular en tiempos de tantos desafíos y exigencias. Para no permanecer en el atraso, que humilla y degrada el sentir patriótico, una amnistía le permitirá al gobierno contar con el aporte de profesionales, expertos y experimentados burócratas para que, entre todos juntos, demos saltos de liebre, en lugar de movernos a rastras.
El Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE) ha demostrado con cálculos que en 2011 el país pudo crecer el 8%, en vez de apenas el 5.1%, porque tiene las condiciones para hacerlo, y aún más. El problema está en liberalizar y garantizar legalmente la producción de alimentos y de todas las restantes actividades productivas, en lugar de someterlas a prohibiciones, controles y otras formas de frenar el desarrollo.
El tiempo dirá que de nada sirven los estancos, divisiones y frentes antagónicos que quieren crearse. Morales debe despojarse de estas simples elucubraciones mentales, propias de otros tiempos de estrepitosos fracasos, si acaso quiere pasar a la historia como buen gobernante.
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