La magia y misterio de EL DIARIO

Nos sentimos honrados por colaborar con el Decano de la Prensa Nacional, EL DIARIO, lo hacemos desde hace 30 años, con algunos paréntesis obligados por ausencias, por vueltas y revueltas personales, por los dimes y diretes, porque los comentarios no son los mejores, el castellano es malo, o los enfoques fuera de tiempo, o de visión. En fin, EL DIARIO es un mago, ha supervivido a los embates de más de un siglo, ha capeado los temporales cual tifón de la mitología. Como en el arte de la tauromaquia, les dijo olé, con sangre, con arena y sin ella a los todopoderosos sentados en la silla chamuscada del Palacio Quemado.

La libertad a los mayordomos, a los gendarmes no les hace cosquillas, los tiene embebidos en una ebriedad permanente porque precisamente la verdad los marea, taladra sus conciencias. Y por esa libertad absoluta opina hasta el lumpen, para cerrarle la boca, para amordazar a la libertad. Esas reuniones de los “cumbreros” son para discutir la libertad, intentar aplastar la inteligencia, recortar los dedos a los escritores, columnistas, reporteros, camarógrafos o simplemente lanzarles sapos, víboras y todos los reptiles que salen de la lengua, en tanto la senilidad incurable de Percy Fernández autoriza para gritar, como si la libertad le hubiera puesto un chinche para sacarle de sus cabales.

Esa es la magia de EL DIARIO, el misterio es otro: un misterio para seguir en la batalla, una consecuencia con una línea trazada por sus fundadores, por los preclaros columnistas, colaboradores, jefes de prensa, directores, reporteros y, en fin, todo ese ejército invencible que se hace humo ante las persecuciones, que sigue apareciendo o renaciendo cada día, cual resurrección del tiempo en una inmortal labor con la sociedad libre y soberana, como es la boliviana.

Este comentario es para destacar la labor de EL DIARIO, de sus hombres que tienen que leer nuestros artículos, corregirlos y ponerlos en su lugar para evitar males al autor y naturalmente al decano. Evidentemente, escribir no es una tarea fácil, se requiere una información completa, una lectura diaria de los editoriales, analizar los acontecimientos, ver con la serenidad de beato algunos hechos que escandalizan a la sociedad. Leer declaraciones de nuestros gobernantes o ver en la pantalla chica ¡cómo los chilenos se mofan del Presidente boliviano!

Aquí, estamos a mil kilómetros de distancia de la capital, tierra a la que llega sudando El Deber, interdiario o diario, o por el avión o en el tren, como dicen algunos, montado en tortuga coja. No llegan las revistas, menos los libros. En suma vivimos de “mi falaron”, como expresaba un señor Maldonado -porteño muerto hace años- para entender a los brasileños que vienen, compran nuestros víveres, nuestros panes se sirven y a nosotros nos revisan hasta la última costura de nuestra ropa interior al cruzar la frontera. A EL DIARIO no lo conocen, no saben quién es, si es joven o veterano, qué dice o qué no dice.

Es el vivir en frontera, todo cuesta el doble, vivimos alejados de la capital gubernamental, cual época colonial en la que esperábamos todo desde la metrópoli madrileña. ¿Es o no colonialismo, señores del Gobierno? La fama de ser boliviano se asienta con fuerza en las fronteras a 37 grados centígrados, o 40 en verano.

“Ojalárearemos” -como dicen los tarijeños- para que EL DIARIO llegue con más frecuencia en el TAM, o nombren un corresponsal para que nuestros lectores abran su boca de espanto al conocer lo que sucede en la Alcaldía, las obras inconclusas del programa “Bolivia cambia, Evo cumple”, con los principales estafadores protegidos por un procónsul del Gobierno.

De todas maneras gracias a EL DIARIO por la gentileza de publicar nuestros pensamientos con irrestricta libertad.

Puerto Suárez - Santa Cruz, Bolivia.