Hemos cambiado, con bombos y platillos, y ante la expectativa de países vecinos, la ley de leyes, el denominativo de República por el de Estado Plurinacional, el discurso, etc., pero no hemos cambiado, en absoluto, la mentalidad del hombre boliviano, en consecuencia seguimos siendo los de antes, es decir caóticos e intolerantes, desde donde nos vean, para desgracia nuestra.
“La situación internacional si bien es hoy clara y definida, no puede ni debe ser afectada por el desorden y la intranquilidad en que se debate el país”, afirmó el presidente Germán Busch, en abril de 1939, a tiempo de asumir todos los poderes del Estado. El desorden y la intranquilidad son males endémicos que conspiraron, permanentemente, en contra los supremos intereses de la Patria.
En este marco un panorama matizado de resquemores políticos, resultado de la tozudez y de la incomprensión de siempre, se cierne sobre el destino patrio, estimulando las señales de tensión, de zozobra e incertidumbre, en detrimento de la paz, que promueve el encuentro, el diálogo, el consenso y la productividad, en particular, por el bien común.
La consigna política, de la izquierda y de la derecha, es decir de aquéllas corrientes de tendencia antiimperialista o pro-imperialista, ha pretendido confrontarnos, inyectándonos el odio malsano que reaviva suspicacias de tipo racista, regionalista y de clase, que ya habían sido superadas y que no hacen otra cosa que posponer las históricas proyecciones que apuntan hacia el potenciamiento económico, tecnológico, militar y, básicamente, la industrialización.
Lamentablemente no nos hemos preocupado por sopesar las infructuosas y frustrantes experiencias del pasado inmediato, por la ausencia de un liderato audaz, emprendedor y visionario, para renovarnos y revitalizarnos con el propósito de construir una Bolivia próspera y engrandecida, en el Cono Sur, dando prioridad a planes y proyectos relativos a la exportación de nuestras materias primas con valor agregado. Por lo visto más pudo la lucha intestina, secuela de la inquina y de la revancha políticas, que desembocó en el desencuentro nacional, en desmedro de la Patria, digna de mejor suerte.
Ningún Gobierno de turno, en el pasado inmediato, ha tomado la iniciativa de promover, que sepamos, la reconciliación, tendente a restituir la concordia nacional, que nos debe movilizar hacia los derroteros de una paz duradera, en la búsqueda del progreso con independencia económica y justicia social, metas que tanto anhelaron nuestros mayores. Desgraciadamente continuamos enfrascados en dimes y diretes, o tratando de ubicar el “talón de Aquiles” del adversario para descalificarlo en definitiva, hechos que profundizaron nuestras diferencias de carácter social, político y cultural.
“Todos deben trabajar por el bien inestimable de la Unión. Los pueblos obedeciendo al actual Gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando sus espadas en defensa de las garantías sociales”, reiteró el Libertador Simón Bolívar, en su proclama de despedida, a fines de 1830, cuya exhortación pasa inadvertida, actualmente, para vergüenza de todos quienes hemos nacido en este jirón patrio.
En suma: es necesario e imperioso que se imponga la concordia nacional a fin que nos permita movilizarnos hacia un futuro mejor.
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