Salud
Teodoro Martínez Arán
Para demostrar la ineficacia de la homeopatía, se ha realizado un experimento sencillo: 1.023 personas, de al menos 10 países diferentes, tomarían una cantidad excesiva de píldoras homeopáticas. Sólo en Birmingham, 400 escépticos ingirieron esas pastillas delante de las cámaras. Ninguno de ellos murió… ni le pasó nada de nada.
La homeopatía fue desarrollada en el Siglo XVIII por un médico alemán. Es la más conocida y difundida de las llamadas “medicinas alternativas”, una denominación imprecisa que engloba, junto con otras medicinas válidas como la fitoterapia tradicional, un heterogéneo grupo de disciplinas que combinan un discurso pseudos científico con una dosis de charlatanería y la ausencia de pruebas de su eficacia en experimentos controlados.
La primera ley de la homeopatía, “lo similar cura a lo similar”, no es más que la creencia de que las drogas que generan ciertos síntomas pueden ser utilizadas para sanar dichos síntomas (por ejemplo, el veneno de un animal sería la mejor cura para su propio envenenamiento). El poder sanador de una sustancia puede ser extraído mediante su dilución en agua pura, con la contradicción de que, cuanta menos sustancia hay en la dilución, más efectiva es.
Demostrar la primera ley parece sencillo: se administra un fármaco homeopático a pacientes enfermos, y se demuestra que cura más que no darle nada o que los fármacos habituales. Pero todos los estudios serios se han estrellado contra la evidencia de su inutilidad. De todos los estudios realizados, el más demoledor fue publicado en la revista médica The Lancet en 2005. Tras analizar 110 ensayos clínicos en los que se había utilizado la homeopatía, llegó a la conclusión que no era más eficaz que el agua con azúcar que formaba las propias bolitas.
En ocasiones, algún paciente se siente desorientado ante las evidencias científicas al considerar que su experiencia con el tratamiento ha sido positiva. La explicación es sencilla. Imaginemos dos similares pacientes con una amigdalitis aguda. Uno de ellos toma homeopatía para curarse y, el otro, no. Ambos quedarán libres de síntomas exactamente en el mismo plazo, unos diez días… pero uno de ellos dirá que se ha curado por las bolitas, mientras que el otro dirá que se ha curado solo.
Para el científico que observa el experimento, es evidente que las bolitas nada han hecho, pero para el paciente que se ha curado mientras las tomaba, han sido efectivas. Por eso la medicina se basa en ensayos clínicos a la hora de distinguir las terapias efectivas, de las que no lo son, y no en experiencias individuales.
La homeopatía y otras pseudos ciencias están haciendo un gran daño a auténticas medicinas naturales como la fitoterapia tradicional. Como auténticos parásitos, han creado un campo de batalla inexistente entre la medicina “oficial” y las “terapias naturales”, se han infiltrado en universidades y sociedades profesionales, y utilizan prácticas de marketing tan execrables como las peores de la industria farmacéutica y biotecnológica. Han enfrentado a los médicos con sus pacientes por intereses comerciales sin hablar sobre lo evidente: la ausencia de beneficios para el paciente de sus bolitas.
¿Acaso sería un buen médico quien negara a sus pacientes un tratamiento que le puede beneficiar, aunque no entienda cómo funciona? No existe una guerra entre la ciencia contra todo lo demás, sino de los que defienden la salud de los pacientes, incluso por encima de sus prejuicios o ignorancia, frente a los que les quieren vender caramelitos de anís al precio de la perlas cultivadas.
Los participantes en el suicidio homeopático nunca pretendieron morir, pero firmaron con su experimento el acta de defunción de la homeopatía como presunta ciencia médica.
El autor es médico.
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