[Fernando Valdivia]

Cuba y los cubanos en el nuevo cambio


Las transformaciones políticas que hoy incorpora la administración de Raúl Castro Ruz en la “revolucionaria” Isla de Cuba, no sólo ratifican las aseveraciones que su “progenitor” realizará en torno al sistema socialista, que “ya no funciona ni en la propia Cuba”, sino que muestran “las urgencias y necesidades sociales” que llevaron a ese país al grado de un “absurdo sometimiento de la dependencia”, que no permitió ni permite que los cubanos cultiven iniciativas para generar bienestar familiar, ni su propio destino con dignidad.

Esas “urgencias y necesidades sociales” nos muestran, asimismo, que Cuba no encontrará una solución encerrada en medio de lo inmenso del océano, como estaba hasta hace dos años, uno después de la conmemoración de los 50 que cumplió el 1 de enero de 2009. Lo urgente, por lo visto, era declarar una inmediata apertura al mundo, con una transformación de la base del sistema político que, en su tiempo, tuvo sus aciertos al acabar con la degradante y oprobiosa administración de Fulgencio Batista y, junto a ella, como sostiene un pensador y analista anónimo, “con todo un sistema de vida y costumbres que databa de siglos”.

Un ejemplo de dicha apertura es la anunciada visita del Papa Benedicto XVI, que estará en La Habana en misión pastoral, con el principal objetivo de estimular la fe católica en la población de la Cuba Socialista, que busca un aliciente, en un momento de cambio y de la solución estructural que precisa en el “mar de sus necesidades”, que día a día se lo descubre, en la medida en que se elimina las ayudas externas.

Es decir que los cubanos de la generación de 1959, hoy ancianos, con 53 años más de vida, experimentan por segunda vez los resultados de un nuevo cambio y que se presenta con las mismas dificultades y problemas. Éstos, por la pasada experiencia revolucionaria, saben que es difícil cambiar en forma radical desde sus hábitos de vida hasta su idiosincrasia, como lo fue cuando enfrentaron al “desconocido socialismo”, completamente ajeno a su forma de pensar, tanto individual como colectivamente.

Los cubanos de hoy, “socialistas” en su forma de pensar y actuar, sólo vivieron y viven los resultados de la guerrilla protagonizada por los hombres de la Sierra Maestra y la “epopeya” de Fidel Castro que estaba destinada al aniquilamiento del régimen más oprobioso de América Latina y a la recuperación del sistema democrático, al que aspiraban sus 10 millones de habitantes.

En ese momento, dos millones escaparon de su país y 600.000 fueron “evaporados” por la acción revolucionaria caracterizada por su radicalidad. La promesa de democratizar Cuba, un año después de la fuga de Batista, se esfumó y, por el contrario, 18 años después tomó vigencia la nueva Constitución encubierta por una intensa propaganda que impedía e impide un mínimo de información y conocimiento de los problemas que agobian internamente al pueblo cubano.

Para Raúl Castro, como para todos los cubanos, revolucionarios o no, es necesario el momento de la transformación que se vive en la isla. Para la opinión pública internacional, el paso dado por los hermanos Castro constituye “un principio ineludible” en la presente transición histórica que, sobre todo, preservará la imagen de Fidel frente al mundo, si se toma en cuenta que “su gloria quedará en la mente de los cubanos” y en la “historia universal del planeta”, como el revolucionario que mantuvo su ideal pese a las grandes dificultades que el imperio impuso contra su país y contra su gobierno, además que la “obra de su creación” de hace 53 años, no será destruida por él mismo.

En esa lenta agonía trazada por el destino que lo ha postrado a una constante vigilancia médica, Fidel Castro observa cómo agoniza también su proyecto de la “Cuba socialista convertida en la Cuba comunista” y que pudo convertirse en el único exitoso esfuerzo que la humanidad pudo lograr como sistema de gobierno.

La teoría constitucional que plantea que “…todo el poder pertenece al pueblo trabajador, que lo ejerce por medio de las asambleas del poder popular”, y que delega al “…órgano supremo del poder del Estado… con potestad constituyente y legislativa de la República”, comienza a convertirse en una utopía, puesto que en la práctica, Fidel Castro fue siempre Presidente del Consejo de Estado y Presidente del Consejo de Ministros, cuyas cualidades concentraban las funciones de los poderes legislativo y ejecutivo, respectivamente. Además, el líder cubano asumió las responsabilidades de Primer Secretario General del Partido Comunista de Cuba y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de la Nación.

Esta combinación de funciones creada por la acción revolucionaria, ha permitido que Fidel concentre un “poder de poderes”, capaz de perpetuar por tiempo indefinido el control total con características de “tiranía”, en la sociedad cubana. “Fidel, sólo Fidel”.

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