Creyendo ampliar la participación y atenuar el impacto del desgaste de los partidos políticos ante los ojos de la ciudadanía, los gobiernos neoliberales invitaron a organizarse y competir electoralmente a las llamadas agrupaciones sociales junto a los pueblos indígenas, en igualdad de condiciones con los partidos. Se inició así una etapa aún presente con muchas incógnitas en la vida política nacional. Si el oportunismo y la ubicuidad ha sido siempre un mal inseparable a los partidos, las agrupaciones ciudadanas casi en su totalidad son refugio de audaces en trance a acomodarse como legisladores, concejales y consejeros, y en la burocracia estatal mediante servilismo, transacciones y cambalaches.
Si se dice que la ideología y los valores éticos han dejado de contar en la política, estas agrupaciones existen para probarlo. La ideología y los principios son antiguallas de las que nadie quiere acordarse. Los partidos políticos jamás fueron referentes idealizables en el país, pero los de hace algunas décadas aventajaban con mucho a los actuales -si los hay- en doctrina, organicidad y disciplina. Huelga referirse a las agrupaciones ciudadanas en temas como éste.
Las experiencias parecen demostrar que entre ambas entidades no es posible abrigar esperanza de fuerzas generadoras de un necesario recambio político ni la perspectiva de un Estado de progreso y bienestar para Bolivia. Triste realidad que demanda un concurso de hombres y mujeres renovadores en aras de una cruzada de Salvación Nacional.
No se acierta a saber si los partidos con presencia parlamentaria -los de oposición, por supuesto- han superado un origen larvario semejante al de dichas organizaciones sucedáneas o se abaten en disensiones internas que les certifican corta vida. El transfugio y la volatilidad exhibida por estas bancadas en la Asamblea Legislativa no puede menos que defraudar a los sectores sociales no adictos al oficialismo, quienes les confiaron su voto anhelando una acción legislativa sabia y coherente en los momentos críticos que atraviesa la Nación y una defensa eficaz de sus derechos y garantías vulnerados.
Aun a riesgo de redundar no se puede dejar de referir el escenario de ambivalencia opositora-oficialista de muchos parlamentarios, reduciendo a algo más de una decena a los verdaderamente contestatarios al régimen de gobierno, situación no exclusiva de CN. Al mismo tiempo, son públicas las disputas internas para solaz del oficialismo, en el afán de acceder a sitiales subalternos en las directivas de senadores y diputados y urdir intrigas y maquinaciones para erigirse en “jefes” de bancada. Otro dato desconcertante es la querella por difamación entre dos senadores de la misma sigla.
He ahí las experiencias que ofrecen partidos aflorados por generación espontánea, sin tradición, mística, ni lucha que los avale en el tiempo. El MSM, que podría exhibirse como partido consistente en la presente coyuntura política, no está exento de la peste del transfugio, aunque trate de disimularlo.
Contemplamos este panorama, cuyo beneficiario universal no es otro que la Administración del MAS, al haber convertido al Órgano Legislativo en fácil caja de resonancia de sus designios, favorecido por la falta de una estrategia parlamentaria coordinada e inteligente que, inclusive, pueda sacar provecho de algunos legisladores opositores lúcidos e incisivos, cuya acción no logra el eco deseado. Así avanza sin obstáculos la segregación de las clases medias y urbanas, advertidas de 500 años -apenas iniciados- del proceso de aniquilamiento de su cultura, lenguaje, religión y modos de vida, junto a un apátrida réquiem de casi 200 años de historia republicana.
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