La imposición ha sido una de las manifestaciones que ha prevalecido en nuestro mundo político, como señal de autoritarismo, mellando toda inquietud democrática y estigmatizando a los gobiernos de turno, civiles o uniformados, de derecha o de izquierda, posiblemente desde los albores de la República, es decir desde que Bolívar y Sucre, fundadores de este jirón patrio, se pusieron a gobernar la nacionalidad boliviana, que empezaba a caminar, pero lastimada por el caos y la anarquía, “barullo” al que hizo referencia, por ejemplo, el Mariscal de Ayacucho, en carta de 25 de diciembre de 1825, dirigida al Libertador venezolano.
En este marco la cultura de la imposición está enraizada entre los bolivianos y, por consiguiente, todo proyecto de cambio tardará en surtir los efectos que quisiéramos en esta situación. Aquélla actitud política ha resurgido, en dictadura y democracia, ratificando la intolerancia e incomprensión, en deterioro de la ecuanimidad que genera ideas e ideales tendentes a buscar opciones serias y oportunas, para construir un destino mejor. En un sistema de imposición siempre se ha cerrado las puertas del diálogo que enriquece propuestas y ennoblece la conducta humana.
Los bolivianos somos reacios a solucionar los problemas mediante el diálogo, al parecer nos gusta la contienda que lastima, humilla y descalifica. Quizá mencionamos la palabra diálogo para aparentar que somos civilizados, concertadores y respetuosos de quienes discrepan, y en el fondo nos sentimos realizados cuando hablamos fuerte o cuando imponemos.
Sólo el diálogo sincero, sin circunloquios, nos encaminará hacia la concordia nacional, para la inserción de Bolivia entre los países que mejoraron las condiciones de vida de sus habitantes, con justicia social. Nos dará la opción de solucionar nuestros problemas, evitar derramamiento de sangre y obviar cualquier imposición que no hace otra cosa que alimentar el encono y la suspicacia en la ciudadanía. Desgraciadamente no hemos sido capaces de asumir con humildad el diálogo constructivo y oportuno, sino que estuvimos permanentemente tensionados, prestos a dar batalla inclusive al amigo, en una acción propia del canibalismo político, que ha postergado nuestras aspiraciones de alcanzar un futuro con empleo digno.
En todos los tiempos se advierte que la imposición es el ingrediente que inviabiliza la unidad y el entendimiento, el esfuerzo creador y productivo. Ese mal ha obstruido, indudablemente, nuestros sueños, proyectos y planes, por lo que no podemos equipararnos con países vecinos que avanzaron más que nosotros, con dictadores o demócratas, en el Cono Sur, particularmente, gracias al sacrificio mancomunado de sus pobladores, lo que nos hace mucha falta a quienes hemos nacido bajo la sagrada tricolor, que por desgracia estamos inmersos, hoy como ayer, en pugnas intestinas que trataron y tratan de desquiciarnos.
En suma: ha llegado el tiempo para compartir inquietudes políticas, sociales y culturales, al margen de los resquemores que suscita la imposición, en la búsqueda de un futuro prometedor, por el bien de las generaciones que vienen.
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