Tomás de Aquino nació en el año 1225, en el condado de Aquino, cerca de Nápoles, Italia. Era el undécimo hijo de la familia del conde Landulfo que vivía en el castillo de Roccasecca.
De todos sus hermanos que tomaron el camino de las armas, solamente Tomás se sintió atraído por el sentimiento religioso en medio de un ambiente hostil. Se cuenta que en cierta ocasión, mientras dormía el niño junto a su hermana, se desató una terrible tempestad, un rayo entró por la ventana y cayó sobre la cama de los niños, la hermanita murió fulminada, pero Tomás, extrañamente, no sufrió herida alguna. Sus padres atribuyeron a su salvación como un mensaje divino y lo llevaron al monasterio Benedictino de Monte Casino para consagrarlo al Señor. Por entonces Tomás tenía seis años.
Muy pronto el niño dio muestras de su verdadera vocación religiosa. A los diez años comenzó a estudiar latín, aritmética, gramática y otras disciplinas.
Por esos años sucedió que el rey Federico II, rey de las dos sicilias, se lanzó a la guerra contra los estados pontificios y tomaron Monte Casino, los monjes benedictinos tuvieron que huir y Tomás regresó al lado de su familia en el castillo de Roccasecca. Esto no impidió que continuara sus estudios en la Universidad donde tomó las materias de dialéctica, música, geometría y astronomía.
En la víspera de la Navidad de 1243, su padre, Landulfo de Aquino falleció y Tomás cambió el hábito benedictino por el dominico, orden que prohibía montar a caballo, debían caminar a pie, mendigar y llevar la palabra de Dios entre la gente humilde.
Cuando su madre supo de esta determinación, se opuso, porque no podía permitir que su hijo viviera de la limosna. También sus hermanos trataron de persuadirlo, pero Tomás con más fuerza se consagró al Señor.
En 1245, se alejó de su familia y se dirigió a París, allí fue discípulo de Alberto el Grande, que después sería santo también. En 1250 recibió la ordenación sacerdotal. Poco después escribió el “Comentario de las sentencias”, fruto de sus estudios de teología. Por entonces el papa Inocencio IV prohibió que teólogos mendicantes, entre ellos, Tomás de Aquino, pudieran dictar cátedra en la Universidad, pero en 1255, el nuevo Papa, Alejandro IV devolvió estos privilegios a los frailes mendicantes, además, ordenó que se otorgara el doctorado “a su amado hijo Tomás”.
Cuentan que un día, el Señor se le apareció de pie sobre un manuscrito para asegurarle que la difusión de sus ideas sobre la Santísima Sacristía eran correctas y comprensibles. Tiempo después fue nombrado por el Papa, maestro del sacro palacio y tuvo que trasladarse a Italia. Compartía el estudio de las ciencias con el trabajo, la penitencia y el ayuno. Con la iluminación de los Santos Apóstoles, Pedro y Pablo, pudo escribir tres tratados teológicos.
En cierta ocasión, cuando salía de la Iglesia Santa María Mayor, de la ciudad de Roma, después de dictar un sermón, una mujer se le acercó y al tocar su hábito, al instante quedó curada de una extraña enfermedad.
Finalmente, mientras se dirigía al Concilio de Lyon, su salud declinó repentinamente, y fue llevado a petición suya, al monasterio de Fossanova, presintiendo su fin, dijo a los monjes: “Hijos, si Dios ha de venir a buscarme, vale más que me halle en una casa religiosa”. Al amanecer del 7 de marzo de 1274 Santo Tomás de Aquino dejó escapar su último aliento. Tenía a la sazón cuarenta y nueve años.
Se cuenta que Juan de Florentino, Superior de Fossanova, afectado por una severa catarata que le había quitado completamente la visión, puso sus ojos sobre los ojos apenas cerrados del santo, al instante fue curado y durante los años que le tocó vivir no volvió a sufrir de ceguera.
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