Actualmente Bolivia es el país de las cosas pequeñas, salvo raras excepciones. Todo está calculado en mínimas dosis y breves actividades. La producción es pequeña, así como son también de reducido tamaño la distribución y el consumo de productos. Pero donde precisamente se encuentra que todo se realiza en pequeña escala es en el sistema productivo, el cual origina que también tengan tamaño pequeño (y cada vez más reducido) otros sectores derivados de la economía.
Es reducida la propiedad de la tierra debido a la creciente parcelación del suelo y la proliferación del minifundio. La producción es de pequeña escala y de carácter individual y los esfuerzos para ir a la gran producción son estériles. Así mismo, es reducido el transporte y también la venta de diversos productos en los mercados es de corto alcance. Lógicamente, el consumo también es de proporciones muy limitadas.
Esa situación tiene, además, tendencia creciente, vale decir que todos esos factores son cada vez más acentuados y, por tanto, todo resulta pequeño en las esferas de la economía, la cultura, la política. Tan preocupante es esa situación que también alcanza a las mentes de los individuos que todo lo ven de menor tamaño. En particular, ese problema también alcanza a los políticos que “no ven más allá de sus narices” y se cierran en sus castillos de marfil, desde donde creen que van a cambiar el mundo. En cuanto a la cultura, se registra una pequeñez mental y carencia absoluta de perspectiva y, en ese sentido, los intelectuales se limitan a breves ensayos subjetivos, poesía, observación de asuntos insignificantes.
Una de las manifestaciones más concretas de esa pequeñez económica es la producción que se limita a un pequeño taller artesanal o el cultivo de una pequeña parcela (minifundio), todo se lo ve desde esa perspectiva. Pero el problema es más visible en el transporte urbano que funciona sobre la base de miles de pequeños vehículos, al contrario de lo que sucede cuando se mira las cosas en grande y cuando el transporte se hace en grandes vehículos, modernos, rápidos y seguros.
Pero un aspecto que salta a la vista en cuanto a la pequeñez material y espiritual es el del comercio, que se reduce a la mínima expresión. El pequeño comercio informal es el síntoma más claro de que todo se limita a actividades insignificantes. En efecto, según la Confederación de Trabajadores Gremiales de Bolivia, este organismo tiene 1.300.000 asociados, es decir algo más del diez por ciento de la población estaría ocupando calzadas y pequeños sitios para vender (o revender) algunos productos que puede conseguir con precios bajos para venderlos caros.
Es más, la organización nacional de gremiales ha informado que el número de sus integrantes aumentó el año pasado en 60.000 miembros, lo cual quiere decir que la tendencia hacia ese incremento es de gran intensidad. Esos pequeños comerciantes están dispersos a lo largo y ancho del país y, en algunos casos, se han convertido en la correa de transmisión del contrabando y algunas actividades ilícitas.
Pero lo más grave de todo es que ese problema ha crecido enormemente en los últimos años porque han disminuido las fuentes de trabajo, se cierran empresas, no llegan inversiones, el país está bloqueado, la tierra es parcelada más y el desempleo es elevadísimo. El aumento de comerciantes pequeños e ilegales permite observar que en Bolivia ellos actualmente son más que los compradores. El hecho de que esos vendedores lleguen a casi un millón y medio es una prueba objetiva de que no se ha creando nuevas empresas desde hace muchos años y que la gente, por desesperación, ingresa al comercio callejero como último recurso antes de caer en la delincuencia.
No sólo, pues, hay que lamentar el aumento de pequeños comerciantes gremiales sino que se ve que las causas de ese estado de cosas no han sido resueltas, ni muchísimo menos, pese a que medios del oficialismo se llenan la boca al hablar de una danza de millones de millones de dólares, con hermosos cuadros estadísticos que son negados por la realidad del aumento de pequeños comerciantes, todo porque vivimos en “el tiempo de las cosas pequeñas”.
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