Teodoro Martínez Arán
Hasta el 40% de las muertes por cáncer se podría prevenir. Se conoce los principales factores de riesgo relacionados con los tipos más frecuentes, y la mayoría de ellos podrían ser eliminados de nuestro entorno si se tomase las medidas adecuadas para ello.
Entre los factores de riesgo de cáncer modificables cabría destacar el tabaquismo, que es responsable anualmente de la muerte de un millón y medio de personas, la mayoría en países con rentas medias y bajas. En segundo lugar se situaría el consumo nocivo de alcohol, responsable de casi 400.000 muertes anuales, seguido de cerca por la obesidad y la inactividad física (275.000), la exposición a carcinógenos en el entorno laboral (152.000), la infección por virus del papiloma humano (235.000) o de la hepatitis (casi 240.000) y la contaminación ambiental (responsable de casi el 5% del total de muertes).
El cáncer comparte factores de riesgo con otras enfermedades crónicas como la diabetes o las enfermedades cardiovasculares. Por eso, las campañas de prevención se integran plenamente en la promoción de los estilos de vida saludables.
La implantación de un plan de prevención de cáncer tiene tres etapas: conocer el punto de partida, determinar las metas que se pretende alcanzar, y elegir las estrategias que se va a llevar a cabo para materializar nuestra planificación.
El primer paso para avanzar en la prevención es saber de dónde se parte. La influencia de los distintos factores de riesgo no es homogénea a nivel mundial, y es necesario saber cuál de ellos puede ser más importante en nuestro medio para optimizar los recursos destinados a prevención, siempre escasos.
En segundo lugar, es preciso determinar una meta realista a la que acercarse. Para conseguir avances en la prevención, es preciso que las metas sean alcanzables, con una razonable mezcla de ambición y sensatez. Hay que distinguir entre el horizonte al cual dirigimos nuestra política sanitaria, ideal y deseable, de las metas funcionales intermedias, que han de permitir pequeñas travesías hacia nuestro objetivo y que siempre se nos acerquen hacia nuestro destino.
Por último, es necesario planificar la ruta que nos acerque a la meta. Existen en este punto dos tipos de estrategias: aquellas que se centran en la persona expuesta al factor de riesgo, para protegerla del mismo y reducir su exposición al carcinógeno (por ejemplo, una campaña de deshabituación del tabaco para fumadores), y las que se destina a toda la población, intentando reducir la exposición general al elemento de riesgo (como prohibir fumar en lugares públicos).
El segundo tipo de estrategias tiene más efectividad a la hora de prevenir casos en un área determinada, puesto que un conjunto grande de personas expuestas a un riesgo pequeño puede generar muchos más casos de cáncer que un grupo pequeño de personas expuestas a un riesgo elevado.
Desde el punto de vista de los ciudadanos, podría parecer que sin una adecuada planificación desde los órganos gestores estamos indefensos frente a los factores que amenazan nuestra salud. Sin embargo, esto no es así. No debemos olvidar que la mayoría de nosotros estamos expuestos a pequeños riesgos, y que las medidas para minimizar su impacto en nuestra salud son sencillas.
Independientemente de dónde vivamos, cada uno de nosotros puede hacer mucho para disminuir su riesgo de padecer un cáncer. Evitar el consumo de tabaco, moderar el consumo de alcohol, hacer ejercicio físico moderado, adoptar una alimentación equilibrada rica en frutas y verduras o disminuir la exposición excesiva al sol disminuirá nuestras posibilidades de resultar premiados en la macabra ruleta rusa de la enfermedad.
Nuestra salud está mucho más en nuestras manos de lo que nos atrevemos a reconocer. Debemos huir de visiones paternalistas de la salud, y recobrar las riendas de nuestro propio destino. Al fin y al cabo, nadie saldrá más beneficiado de ello que nosotros mismos.
El autor es médico.
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