Oruro, que ha dado al país su estaño, plata, plomo, antimonio y otros minerales, es hoy el departamento más deprimido económicamente. Como gran centro minero ha sido uno de los mayores contribuyentes de divisas al Erario Nacional. No obstante, en la actualidad es uno de los centros donde se ha acentuado la crisis del estaño. Es el departamento virtualmente excluido del desarrollo y de la atención a sus apremiantes necesidades.
Sucesivos gobiernos se comprometieron a coadyuvar al progreso de Oruro con la formulación de leyes tendentes a solucionar los problemas de esa otrora próspera región minera, con infraestructura física, aprovechamiento de recursos naturales y vinculación vial, pero poco se ha logrado y sus actuales representantes en la Asamblea Legislativa sólo atienden conflictos partidarios. El Comité Cívico da pelea, pero hasta ahí nomás. El Gobierno Municipal se empeña en la transformación de la ciudad, aunque con cortapisas del Gobierno central, no avanza. Las provincias abandonadas se debaten en la pobreza, aunque Orinoca es la tierra natal de Evo Morales.
Se dijo que Oruro sería eje de los corredores bioceánicos, ¿cuándo? Verdaderamente los proyectos orureños son muchos y vitales. El Estado parece haber olvidado que Oruro es centro vital de las comunicaciones, nudo ferroviario, capital industrial y folklórica. Es el pulmón generador de las energías de Bolivia, que taladró la roca, perforó la montaña, sembró la simiente agrícola y explotó los filones de su entraña mineral, pero está abandonado a su suerte.
En 1781, en la Villa Real de San Felipe de Austria de Oruro la población realista se alarmó por la intensidad de las sublevaciones indígenas que encabezaban Túpac Amaru y Túpac Katari. Los españoles, conocidos como “chapetones” (por sus grandes sombreros), al mando del corregidor Ramón Urrutia y las Casas, comenzaron a hostigar a los criollos y mestizos acusándolos de confabular con los indígenas sublevados.
Entre las tropas criollas, uno de los protagonistas más activos para el reconocimiento de la autoridad de Túpac Amaru y Túpac Katari era Sebastián Pagador, vecino de esa ciudad, un sargento mestizo, que organizó con Jacinto Rodríguez, y su hermano el poderoso criollo minero Juan de Dios Rodríguez, Nicolás Caro, Clemente Menacho, los hermanos Manuel y Nicolás Herrera, María Quiroz, Francisco Orozco, el cura criollo Gabriel Menéndez, autoridad eclesiástica de la Villa y otros, el tumulto de las milicias criollas contra los abusos de los españoles en la plaza del Regocijo el 10 de febrero de 1781.
Se plegaron así a la sublevación indígena las fuerzas de Pagador que arrancaron el escudo de armas de España de la Administración de Correos y otros lugares públicos, y lanzaron vítores a Túpac Amaru. Al día siguiente, cuando recrudeció el combate, Pagador se opuso a que los alzados indígenas saquearan los tesoros reales, produciéndose un fortuito incidente. Pagador le propinó un golpe en la cabeza a un indígena quitándole la vida, entonces la turba enardecida rodeó al caudillo y ante el peligro de linchamiento, Jacinto Rodríguez ordenó sea trasladado a la cárcel para ser juzgado. Pero en el trayecto los originarios ebrios lo sindicaron de traidor y lo asesinaron. La muerte del caudillo popular significó la derrota de los patriotas y el retorno del dominio extranjero con más fuerza.
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