No sé de usted, pero yo me resisto a tener una madre tierra, y en ese contexto me declaro huérfano absoluto. ¿A qué viene el tema?, le explico: existe una nueva ley de la educación boliviana, la que declara que la educación en el país es laica, pero lejos de una mínima consecuencia con esta afirmación, cada dos o tres párrafos se refiere a la Madre Tierra como un ente de existencia cierta, siendo que se trata de la idea y deidad de alguna nación de las que conforman Bolivia, que pretende ser impuesta a todos, sin preguntarnos por el derecho a tener otras creencias.
Les advierto desde ya que conmigo no van esas historias de echarle trago al piso, cada vez que me tomo una cerveza, ni de quemar cosas los viernes, o andar de cerro en cerro reconociendo a los Tatas y adorándoles, ni levantando altares con el nombre de apachetas ni cubrir con sangre fresca de llamas y corderos las paredes de las minas, o amarrarles un hilo rojo a los niños para evitar el mal de ojo, o ponerse calzón variopinto y multicolor según el día del año y de la suerte que se pretenda.
Si a usted le gusta hacerlo, y además es experto en las siete fumadas poderosas, en la unión de parejas y el retorno del ser amado y en el rechazo de hechizos, está en su derecho. Pero lo que usted crea es su problema y nadie puede obligar a los demás a comulgar con algo tan íntimo, cuales son las creencias religiosas.
Nada que ver conmigo ninguna de esas manifestaciones culturales, que en mi criterio me parecen tomaduras de pelo, tal vez justificadas en la colonia, pero ya no en el Siglo XXI. Pero, en fin, cada cual tiene el derecho de adorar lo que se le venga en gana, sea su propia sombra o el calcetín de su abuelo. No es el contenido de las religiones, ni las creencias o ritos el motivo de estas digresiones, sino el reclamo ante el hecho de que por ley de la República pretendan que reconozca deidades que no comparto, aspecto que no puede estar sujeto a votación.
Es violatorio de todo derecho el que obliguen a que la educación de mis hijos y mis nietos (la mía para bien o mal, ya estaría concluida) sea bajo parámetros de una cultura que no comparto, con dioses que no reconozco, y con madres que no son la mía y que fue la que me alumbró.
¿Por qué no Manitú, Alá, Gilgamesh, Odín, o la araña de tarantela, como dioses, madres o padres de los bolivianos? ¿Se ha sometido a votación esto de a qué dioses debemos adorar? Es evidente que la nueva Ley de la Educación Boliviana tiene un estigma de inicio, y es la de ser el instrumento de un credo, de una confesión, de una religión, que puede tener toda la legitimidad entre quienes creen en sus preceptos, pero que no puede ser impuesta a los demás.
Peor aún si se pretende que esta ley es una demostración de nuestra diversidad, de la existencia de naciones diferentes, y cosas semejantes. ¿Por qué se le da preeminencia a una sola nación y a sus dioses o ídolos?
Es tiempo de descolonizarnos de las ideas pre hechas y de dejar de creer que el país es sólo una serie de naciones indígenas, y entender que existen miles, entre ellos tal vez usted, lector, que tiene una idea diferente del mundo, de la nacionalidad, y que tengan o no credos religiosos, no lo están manifestando en la normativa que obliga al resto.
Recuerdo una antigua canción católica que decía: “A Dios queremos en nuestras leyes, en las escuelas y en el hogar”, reflejando una aspiración que es antidemocrática y antihumana. No podemos tener la deidad de nadie en nuestras leyes y menos en las escuelas, pues lo primero que se debe respetar es el derecho de cada cual a creer en lo que se le venga en gana.
Cuando para horror de la curia, el país eliminó la fe católica de la Constitución Política, pese al evidente número de personas de esa creencia, el tema parecía que anunciaba una evolución hacía el concepto de un ser humano dueño de creer en lo que le apeteciera, manifestación de su libre albedrío y su condición de persona.
Pero esta ley de la educación es una vuelta atrás. Me imagino que en breve remplazaremos nuestros títulos académicos por el de Amauta, Amauta cum laude, o Amauta Supremo.
El pretender utilizar las nuevas leyes de la educación para someter a toda la República a una manera de pensar animista y religiosa, es un dislate de marca mayor, representa una manera de segregación y discriminación y evidentemente es un abuso.
Para variar, ante este atropello, nadie dice nada, pese a que somos miles los huérfanos de la Madre Tierra, Pacha mama, o como se quiera llamar a las deidades de religiones con las que nada tenemos que ver.
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