Ambiciones hicieron de nuestros políticos, con excepciones, lisonjeros y oportunistas, actitudes que contribuyeron para que el transfugio haya adquirido carta de ciudadanía en el país, como señal de descaro, en la búsqueda del “dulce néctar del Poder”.
Aquellos, no fueron todos, nunca han sido agradecidos ni leales con quien les echó una mano, sino ruines que manejaron sigilosamente el puñal bajo el poncho, para luego asestar el golpe del ultimátum al amigo o al compadre en función de gobierno, con el fin de descalificarlo o destruirlo, pese a los aciertos que tuviera en los negocios o en la actividad administrativa pública de alto nivel. Con volubilidad cambiaron de camiseta para vitorear al próximo Gobierno y dar mueras al amigo o al compadre en desgracia, pensando sólo en sus propósitos particulares, jamás en los supremos intereses nacionales.
En este marco ciertos personajes, con la maniobra oportunista o la componenda, incurrieron en traición, en el despropósito que ratifica las intenciones ocultas en contra del amigo o del compadre, sin temor a la historia ni a los hombres, en un accionar reñido con la ética y moral.
Pedro Domingo Murillo, el protomártir de la Revolución de 1809, así empiezan estos acontecimientos ingratos, fue entregado a las fuerzas realistas por su propio compadre. El Mariscal de Ayacucho, segundo Presidente de la República, capituló por la felonía de un colaborador arribista y versátil, que decía representar a la corriente nacionalista. El Mariscal Santa Cruz y Calahumana fue depuesto por la acción golpista de uno de sus camaradas que había recibido favores de él. Gualberto Villarroel, el presidente Mártir, fue entregado a la turba ebria, lo mismo que en los otros casos, por su amigo y compadre.
Víctor Paz Estensoro, el protagonista del cambio estructural a partir de la Revolución de 1952, tomó el camino del exilio por la deslealtad de uno de sus inmediatos colaboradores. Hernán Siles Zuazo, símbolo del Frente de Unidad, Democrática y Popular (UDP), acortó su mandato constitucional a raíz del juego sucio de sus amigos, aglutinados en uno de los partidos que co-gobernaba con su persona desde octubre de 1982. Y así se podría mencionar muchos casos. Desgraciadamente sucesos de esta índole matizan las páginas de nuestra historia, debido que se reeditaron, uno tras otro, en dictadura o democracia, como la maldición frustrante para los destinos de la Patria.
“Dulce y amargo”, dice del amor una copla popular, en tonada de morenada, y parece que la política tiene similitud con aquél, debido que encierra gratitudes e ingratitudes, satisfacciones e insatisfacciones, realizaciones y frustraciones, en todos aquellos hombres y mujeres que se dedicaron a cultivarla, por vocación o necesidad, para bien o mal de los destinos nacionales y del pueblo, en particular.
En suma: la lealtad es uno de los valores que honra la amistad y el compañerismo y en ese entendido debe estar presente no sólo en política sino en el quehacer cotidiano de manera desinteresada, sincera y sin circunloquios, en la histórica perspectiva de moldear al nuevo hombre boliviano, como contribución al engrandecimiento nacional.
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