La permanente actitud del grupo dominante de la política y economía chilenas es la de tergiversar los contenidos de la educación y de la historia, manipulando las palabras y los hechos para acomodarlos a sus intereses de grupo, quedando ellos como el estamento intachable, sabio, ejemplar de su país; y, por eso, con derecho a guiar a su pueblo a su antojo. Así lo ha demostrado tanto en su política interna como en su política exterior.
En lo interno, recordemos que recientemente se produjo una franca oposición del pueblo chileno al llamado cambio en la educación, debido a que, por ejemplo, se estaba denominando a la tiranía del general Augusto Pinochet como un Gobierno militar, y nada más. Ante esta posición del grupo hegemónico, en la cual desaparecía la palabra “dictadura” -que en el período de Pinochet fue realmente dura, con miles de desaparecidos, encarcelados por pensar de manera distinta que el dictador, y centenares, si no miles de muertos-, la izquierda de aquel país y los familiares de las víctimas de la represión protestaron porque se quería suavizar la imagen del gobierno dictatorial de entonces, debido a que el grupo hegemónico que está en el Poder chileno, o buena parte del mismo, estuvo comprometido con Pinochet, bajo cuya sombra se enriquecieron, y no tuviera mala imagen en lo futuro; y, de esa manera, con imagen limpia ante su pueblo, continuaran gobernándolo por los siglos de los siglos. Ese fue el verdadero interés de la burguesía chilena: despejar el camino sociopolítico para sus hijos y nietos.
En cuanto a la política exterior se refiere, la actitud de ese poderoso grupo fue manipular las palabras, para mostrar tanto dentro como afuera de Chile una imagen diferente a la realidad histórica, una cara conveniente para sus intereses. Su divisa maquiavélica fue, es y será: “miente, miente, algo quedará”, y así ha procedido con sus vecinos Bolivia, Perú y Argentina.
En lo que a nosotros se refiere, por ejemplo, nunca ha hablado, ni acepta que se use los términos “invasión militar de conquista territorial a Bolivia”, como en realidad fue; sino que usa las palabras “reivindicación de derechos de ciudadanos chilenos en Antofagasta, por Bolivia”. Por un minuto aceptemos ese planteamiento, pero, entonces, si únicamente quería proteger intereses chilenos en aquella ciudad, ¿POR QUÉ NO SALE DE ESE TERRITORIO, una vez salvaguardados los mismos?
¿Por qué ocupa territorio boliviano desde hace l33 años? ¿En todo ese tiempo no ha podido reivindicar los intereses de los ciudadanos chilenos pisoteados por los bolivianos en el Litoral? ¿Por qué ha impuesto bajo amenaza el tratado de l904?, etc. Otras palabras que no caen de los labios de los chilenos son “la aspiración boliviana a tener un puerto propio en el Pacífico”, cuando sabemos que no es una aspiración, sino un derecho.
Con la manipulación de palabras y contenidos curriculares en la educación chilena, el grupo hegemónico ha logrado hacer creer a su pueblo que Bolivia nunca tuvo costa ni puerto alguno. De ahí surge la “aspiración”, el deseo, la esperanza gratuita de Bolivia de que le regalen un puerto; y, entonces, surge el slogan: “Chile no cede ni un milímetro de su territorio”. Todo perfectamente planificado tanto hacia adentro como al exterior.
Lo peor es que hay bolivianos, inclusive periodistas, que se hacen eco de esa terminología y hablan de la aspiración al mar. No, señor, lo que pedimos los bolivianos es un derecho, el legítimo derecho del que reclama lo suyo, arrebatado injustamente en una invasión militar, sin previa declaración de guerra, o dada a conocer en el momento del desembarco de sus tropas, como Japón hizo años después con EEUU en Pearl Harbor; y ese día fue calificado por el Gobierno norteamericano, y la opinión pública sensata del mundo, como el día de la peor infamia cometida por un pueblo contra otro pueblo.
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