Perder la confianza popular es peligroso

Todos los gobiernos -constitucionales o de facto- que han asumido el gobierno del país, sea por los entusiasmos iniciales, por la euforia de grupos, o la acción de masas aleccionadas o, simplemente, por esperar cambios debido a errores cometidos por regímenes en desgracia, han actuado con mucha confianza, se han atenido a las algarabías del pueblo y han creído contar siempre con ese estado de ánimos y disposición. En concreto, han creído que el “baño de rosas” inicial sería permanente; pero, cegados por la vanidad -antes de ser atacados por la soberbia- empezaron a cometer errores, procedimientos que no correspondían a la situación y han olvidado principios elementales de humildad y hasta respeto.

Pasaron semanas, meses y años; con ellos, como el desgranarse grano a grano de un choclo de maíz, fue desapareciendo en el pueblo la confianza, la fe, la credibilidad en el régimen. Éste, ya sobrevalido de la soberbia y poseedor de los poderes políticos, económicos y sociales, ahora con “gran influencia y preeminencia en la población”, olvidó que todo ello ya fue parte del diario convivir “como sea”, aun por alguna pequeña dosis de creer pero más por miedo, por temor a represalias o, simplemente, por evitarse malos futuros que áulicos del régimen puedan crear para ganar más favores ellos, en detrimento de los que perjudican.

La política, pues, no siempre bien practicada, en los hechos resulta ser como el agua: “por limpia que sea ensucia y por sucia que se presente, lava”; pero lo más extraño es que los políticos, con buena dosis de ceguera, no ven su entorno y pierden la noción de sus buenos propósitos y de lo que deben hacer. ¿Cuánto han perdido por dejar a un lado sus valores y reemplazarlos con odios, rencores, racismos, mezquindades y monumentos de soberbia -sin los cimientos de alguna virtud- para que en el momento menos pensado se destruyan por un solo golpe de viento?

Perder la confianza y el apoyo de los pueblos es peligroso para cualquier régimen; inclusive los que saben mantener condiciones virtuosas en su forma de gobernar y hasta en su vida personal, han recibido los golpes de la envidia que, muchas veces, ha causado más daño que una sarta de puñales.

Mantener el apoyo y el respeto de los que se gobierna es importante, porque esas condiciones ayudan a encontrar remedios a los problemas existentes, son pilares que, en su momento, pueden sostener los muros de obras por ser rectificados, de construir programas que pueden cumplirse y de emprendimientos que merecen ser aportes a lo mucho bueno que tenga el país. Los pueblos que saben valorar las condiciones de los gobernantes, saben comportarse y recogen, como buena dosis, los buenos ejemplos que reciben.

Kung Tse (Confucio) decía: “Gobernante que actúa bien, es honesto y limpio en su proceder, seguramente cosechará los frutos del pueblo en el que haya sembrado lo bien practicado por él”. Cuánta verdad encierra esta frase; pero, ¿cuánto se recoge de ella no sólo en niveles gubernamentales sino en la conducta personal y familiar? Nuestro pueblo es fértil para todo ello; pero, será preciso que hoy, luego de amargas experiencias de seis años, espera que los que deben llevar a cabo esas políticas sanas sean los gobernantes que abandonen todo lo que causa enormes daños y perjudica a quienes siembran en terrenos fértiles.