Remy Solares Angulo
Se dice que “los árboles mueren de pie”. En Bolivia miles de ellos son derribados mediante máquinas, son destruidos o quemados por depredadores. Hoy los destructores argumentando el consabido desarrollo y por compromisos económicos impulsan con movilizaciones de algunos seguidores del Gobierno la destrucción de parques y bosques.
Se intenta y seguramente se logrará legalizar la angurria económica y cumplir con el compromiso suscrito con la empresa OAS del Brasil para la apertura de la carretera por el corazón del TIPNIS y, por tanto, el crimen no será tal. Pero la tierra boliviana en esas zonas estará desgarrada de dolor por la destrucción de hectáreas de bosques y poco a poco también irá desapareciendo en más del 52% de nuestro territorio el clima cálido, para convertirnos en tierras erosionadas y desérticas.
No se quiere comprender que la desaparición de bosques atenta contra el mantenimiento de los procesos ecológicos de la Tierra, desprotege los ecosistemas, las cuencas, los recursos de agua dulce. Destruye grandes recursos de la biodiversidad e incide negativamente en la fijación del carbono. Los más golpeados serán los pueblos que habitan tradicionalmente en los bosques. Ellos sufrirán la invasión y destrucción de sus territorios, de sus valores ambientales, espirituales, históricos y culturales. Con la degeneración de la fertilidad del suelo se someterá a los pueblos indígenas a mayor pobreza aun de la que soportan desde hace mucho tiempo. Se ocasionará daños irreparables.
La política depredadora y los atentados a la biodiversidad, por más que sean en áreas pequeñas o limitadas, constituyen amenazas a todos los componentes de la vida. El respeto y conservación de la biodiversidad exige cambiar tales prácticas, así como un cambio de mentalidad de quienes tienen circunstancialmente el poder político y económico.
Es inadmisible que por el llamado “proceso de cambio” y por una carretera que se la puede construir en otro lugar que no sea el TIPNIS, se tenga que afectar a la Naturaleza, como sucedió en el año 1988 en el gobierno de Víctor Paz Estensoro, cuando dos de sus ministros hicieron un trueque directo de importantes áreas boscosas del país por pequeños montos de nuestra deuda externa. La clase dominante de entonces aplaudió el “éxito” de aquel Gobierno.
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