Pese a todo lo que sostienen las autoridades económicas del gobierno sobre las bonanzas en que vivimos, seguramente que en lo interno del mismo régimen, hay preocupación porque no se puede estar sujetos a “slogans” y demagogia sino encarar realidades que se muestran en el diario vivir del país: verdades que tienen que ver con los índices de extrema pobreza y que se deben al despilfarro y a la ausencia de fuentes de riqueza que creen empleo.
La economía de los países, en todo el mundo, radica en las posibilidades de crecimiento de sus pueblos o, mejor, en la capacidad para resolver sus problemas y evitar la dependencia. En nuestro país, por muchas décadas hemos vivido sujetos a las ayudas de países amigos y de organismos internacionales y hasta a la comprensión para la atención o no de nuestras deudas. Poco, muy poco contenido en los programas gubernamentales para evitar esas dependencias e ingresar en los campos del desarrollo haciendo que la población rural retorne a sus sitios originales de trabajo -previa entrega de medios para que produzca y cumpla con sus obligaciones-; poco se ha hecho para que la industria instalada mejore su producción, la acreciente e ingrese en el campo de las exportaciones; poco se hizo para alentar inversiones internas en base al ahorro y menos se hizo para inversionistas extranjeros con capitales y tecnología.
En los seis años pasados, si se hubiese administrado el Estado con la debida honestidad y responsabilidad y no se hubiese prescindido de importantes contingentes de profesionales y técnicos que tuvieron que emigrar el exterior, y si se garantizaba el trabajo, la producción, la productividad, las exportaciones e introducido la modernización, educación y atención en las áreas rurales, cuán diferente hubiese sido nuestra historia presente.
El desarrollo de naciones que hoy ostentan altos índices de riqueza se debe a que su población entendió la urgencia de crear para disfrutar, producir para tener, cosechar para exportar, estudiar para mejorar capacidad tecnológica e incursionar en la ciencia y la tecnología para aportar a la humanidad con nuevos bienes que contribuyan al bienestar de los pueblos. De esos estados de encarar realidades han surgido los grandes inventos, las realizaciones que se han convertido en riquezas que luego fueron invertidas para fabricar lo concebido y hacer que lo producido sirva a la propia población y, sobre todo, incursione en mercados externos para el logro de divisas no sólo para mejorar los índices económicos del país sino para competir en condiciones de igualdad con economías más fuertes que luego, muy luego puedan contribuir a la creación de nuevas empresas que diversifiquen la economía.
Para nuestros últimos gobiernos, en los cincuenta años pasados, crear empleo ha significado, simplemente, abrir fuentes provisionales para ocupar mano de obra en la construcción, el empiedre y la reparación de calles, la apertura de caminos vecinales y la ocupación, a destajo, de contingentes de obreros desocupados y la atención a campesinos emigrados de las áreas rurales. A todo esto se calificó como “creación de empleo”, sin honestidad para confesar que se trataba de ocupaciones eventuales, circunstanciales, que sólo aligeraban las necesidades diarias pero sin perspectivas de futuro, ni cubrir, en absoluto, lo que implica la tenencia de un empleo seguro, de un trabajo que permita atender dignamente a la familia y lograr mejores perspectivas de vida no sólo en la atención alimentaria sino en la educación y la salud, en la disposición de una vivienda segura y apertura de posibilidades para alcanzar mejores niveles; pero, también, en el sentido que se dé al trabajo como contribución al desarrollo nacional, como medio para superar los niveles de pobreza y como perspectiva de mejores tiempos para toda la comunidad nacional no sólo con la oferta de medios de uso y consumo sino como promotor de nuevas fuentes de riqueza.
Pese a todo, hay que convenir en que los pueblos, al saber de dolor, angustias y necesidades, poseen también un buen caudal de comprensión y perdón para las políticas equivocadas; pero, a la vez, esperan no sólo reaccionar por su parte, sino que quienes gobiernan lo hagan, despierten de su largo letargo y cambien conductas y procedimientos abandonando poses de soberbia y petulancia que tanto daño causaron y aún amenazan caer con fuerza sobre el país.
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