El grito de los pájaros:
Alfredo Herrera Flores
Lima, Perú.- En una brevísima nota, a modo de ensayo dentro de un texto poético, opino que si la poesía peruana se viera como un cubo, o un cuarto de espejos (parafraseando a Carlos Oquendo de Amat), sus límites, es decir los seis lados que conforman el cubo, estarían representados por el universal César Vallejo, el fino e innovador José María Eguren, el oscuro y desbordante Martín Adán, el cosmopolita e inteligente Jorge Eduardo Eielson, el delicado y atormentado Carlos Oquendo de Amat y el imaginativo y sagaz Emilio Adolfo Westphalen (1). Por lo menos en el Siglo Veinte, no hay poeta en el Perú cuya obra, por más original que aparente ser, no se parezca de una u otra manera a la de uno de los seis. De todos ellos, el más difícil de emular es Westphalen.
Por mucho tiempo, Westphalen ha sido un escritor que se desenvolvía en un ambiente elitista, en reservados círculos intelectuales donde circulaban libros de escasísimo tiraje, casi desconocido para el común de los lectores pero activo promotor de revistas y debates, hasta que se publicó en Lima Belleza de una espada clavada en la lengua (2), libro que reunía toda su obra poética hasta entonces y lo devolvía al espacio literario nacional como un autor accesible, al mismo tiempo que se descubría para las nuevas generaciones al extraño poeta surrealista de la primera mitad de un siglo en el que Vallejo y Eguren eran las figuras más representativas y conocidas de la poesía peruana.
Habían pasado prácticamente cincuenta años desde la publicación de sus primeros libros, Las ínsulas extrañas y Abolición de la muerte (3) para volver a tener noticias de su poesía. En ese medio siglo de silencio poético, Westphalen no había dejado de publicar ensayos, artículos literarios y hasta panfletos, sino que además promovió revistas tan notables e influyentes como Las Moradas, Amaru y la efímera El Uso de la Palabra, y consolidó amistades extraordinarias, como las que lo unieron a José María Arguedas y César Moro. No hay una explicación sobre este largo silencio, salvo el propio mutismo de Westphalen y las elucubraciones de algunos críticos. Roberto Paoli, por ejemplo, califica a Westphalen como el “poeta del silencio”, luego de establecer relaciones y similitudes con otros autores que supieron callar, como Eielson y Blanca Varela (4), y volver a escribir. Sin embargo, a lo largo de todos esos años se fue creando una suerte de mito sobre el poeta vanguardista, una leyenda que hizo de su nombre un referente insólito; se le mencionaba, se le recordaba, incluso se hablaba con él, pero no se podía acceder a su poesía. Su nombre aparecía en catálogos de poesía surrealista, manifiestos, revistas extranjeras, antologías, pero sus libros ya eran piezas inhallables. Sus escasos lectores comentaban en tertulias sobre esos libros raros y esa poesía repleta de imágenes hermosas que se podía disfrutar pero a veces era difícil de entender.
¿Es Emilio Adolfo Westphalen un autor de culto? ¿Es un poeta mítico, una leyenda? ¿Es de aquellos que pocos leen pero que sus libros se los vende bien? ¿Es de los que todos hablan pero pocos leen y muchos buscan? ¿Es un clásico? Probablemente esta condición ambigua, enigmática, cambió a raíz de la difusión de su poesía a través de algunos libros como el que publicaran Mirko Lauer y Abelardo Oquendo en 1970, una antología que llevaba por título un verso de Westphalen, Vuelta a la otra margen, y una primera reunión de su poesía, publicada en México en 1980 por el Fondo de Cultura Económica, titulada Otra imagen deleznable. Pero debe ser la publicación de Belleza de una espada clavada en la lengua lo que motivó su rescate, su reivindicación como un autor extraordinario al alcance de los lectores peruanos y un nuevo envión para consolidar su fama internacional. Poco tiempo después aparecerían breves conjuntos de poesía que terminaron por concretar y fortalecer su corpus creativo y satisfacer las expectativas de sus viejos y nuevos seguidores. En 1988 aparecería Ha vuelto la diosa ambarina, en México, y en 1989 Cuál es la risa, en Barcelona, en la editorial Auqui, que dirige Vladimir Herrera, libros en ediciones de breve tiraje que luego fueron incluidos en las antologías que se difundieron en México, Portugal y Perú.
Desde la década del setenta del siglo pasado, Westphalen ha sido uno de los autores que mayor atención han despertado en los lectores y críticos literarios, junto a otros notables desconocidos, como Carlos Oquendo de Amat y el propio Jorge Eduardo Eielson, uno fallecido muy joven en España y el otro autoexiliado en Europa, pero todos autores de una poesía singular, cosmopolita, fresca, madura y renovadora. Westphalen es uno de los ejemplos de madurez juvenil creativa. Sus dos primeros libros, publicados antes de los 25 años, son un referente difícil de superar en la literatura latinoamericana. Los 18 poemas del conjunto son notables muestras del inteligente y fino manejo del lenguaje con que el poeta presentaba su peculiar forma de ver el mundo a través de la propia poesía y la metáfora de la mujer.
“Andando el tiempo / Los pies crecen y maduran / Andando el tiempo / Los hombres se miran en los espejos / Y no se ven”. Son los primeros versos del poema inicial de su primer libro, demuestran una seguridad de reflexión poética sobre la condición humana y al mismo tiempo el uso de la metáfora inteligente como recurso inicial para establecer un eje discursivo del poema. El tiempo avanza, no anda, pero los pies sí y crecen y maduran, es decir cambian con el transcurso del tiempo; los pies son la imagen del hombre, que al madurar, luego de que sus pies lo hayan hecho, con ellos, se miran en los espejos, como una búsqueda, pero no se encuentran, porque ver y mirar, en este caso, se oponen. El poema termina con una figura erótica luego de una introversión sobre el tema del tiempo y la madurez del hombre: “Te temía sin noche y sin día / Aunque no regreses / Por la marcha de mis huesos a una otra noche / Por el silencio que se cae / O tu sexo”.
Otra muestra de la simpleza con que propone las ideas inaugurales de un poema es el que empieza con estos versos: “No te has fijado qué despacio habla el rocío / Para darte los buenos días / Qué pasito las nubes se llevan los días / Que de un verano a otro verano / Enarcaban semanas por donde mirabas / La justeza irradiada de goces innombrables”. Y como en el ejemplo anterior, después de un largo proceso de meditación y búsqueda de una identidad, culmina dirigiéndose a la mujer: “Pero todo está donde exactamente lo habías dejado / Que no hay para qué moverlo / Si además por sí solo se mueve / Niña estás contenta”.
Pero así como Westphalen hace gala del tono reflexivo, de la abstracción y el ensimismamiento, y se adentra generosamente en la exploración íntima de la condición humana, el erotismo y el propio gusto por la palabra, también es breve y categórico. El conjunto Belleza de una espada clavada en la lengua (5) contiene poemas tan cortos que sólo alcanzan a uno o dos versos, y esa será una de las características de su nueva etapa creadora. En Cuál es la risa, por ejemplo, combina poemas muy cortos con prosas poéticas que alcanzan hasta las cuatro páginas, algo extremo en la siempre prudente obra westphaliana.
Vale la pena repasar el poema “El grito...” -que pertenece al conjunto de Belleza de una espada clavada en la lengua, en el que también están los notables poemas “Mundo mágico”, “César Moro” y “Poema inútil”-, cuyo único verso dice: “El grito de las aves gira como una espada”. En el poema hay tres elementos que se repiten en el imaginario poético de Westphalen, el grito, como una voz inútil; las aves, como imagen recurrente del ansia de ser algo más, o diferente, que el hombre mismo, y la espada, como elemento por el que se traduce la belleza material y arma letal.
Este breve y discreto poema resume la intensidad con que el poeta elabora sus imágenes y el rigor con que asume sus cuestiones y argumentos interiores. En varias oportunidades cavila sobre la banalidad de la poesía -“Empeño manco este esforzarse en juntar palabras / Que no se parecen ni a la cascada ni al remanso...”-, y considera que este ejercicio es como un alarido, una exclamación, un sonido sin sentido, que no es reclamo de ayuda ni protesta, pero sí es una expresión que reemplaza a la palabra y puede encerrar todo un mensaje. Westphalen dedica un conjunto de poemas a hablar del vencejo, pequeña ave veloz cuyas más de 90 variedades se encuentran en todo el mundo, y a través de él de todas las aves, que a su vez representa al poeta. En el conjunto Arriba bajo el cielo, hay un poema muy similar a “El grito...”: “Chillido desgarrante / Del vencejo / Más dañino / Que la hoja asesina / De su vuelo”. Nótese la relación entre grito y chillido desgarrante, ave y vencejo, y espada y hoja asesina.
¿Es el grito, o el chillido desgarrante, una metáfora de la palabra del poeta? Para el poeta el poema es el camino de la libertad. El poema “Libre”, que pertenece a Belleza de una espada clavada en la lengua, puede ratificar esta afirmación en su última estrofa: “Enclaustrado / El preso dichoso, / Oruga indistinta / De su manto impalpable, / Se sumerge en el tiempo, / Se ovilla en el espacio, / Libre como el ave / Presa en su canto, / Grito que violenta la vida / Y la conduce, fulmíneo, a la muerte”. Otra vez el grito, el ave y la espada.
La crítica ha coincidido, finalmente, en encasillar a Westphalen en el grupo de los poetas vanguardistas (6), dejando atrás la primera idea de ubicarlo junto a los surrealistas. Es cierto que las características de su poesía, en lo formal, se acercan más a la intimidad, a la aventura informe del sueño, la fantasía y el espejismo -“He dejado descansar tristemente mi cabeza / En esta sombra que cae del ruido de tus pasos...”-, pero sobre todo es un trasgresor de la palabra, un recreador, un orfebre inconforme que parece estar haciendo y deshaciendo filigranas con las palabras, engarzando imágenes hasta el delirio.
Junto a José María Arguedas, su entrañable amigo, Westphalen cumple este año su primer centenario en medio de un silencio, tan conocido para él, que no podrá callar su palabra. La poesía westphaliana es como el grito de las aves, un alarido que representa la urgente necesidad de libertad del poeta, libertad que sólo se alcanzará precisamente acudiendo a las palabras.
Notas
(1) Herrera Flores, Alfredo, Mares, poesía, Lago Sagrado Editores, Lima, 2002.
(2) Westphalen, Emilio Adolfo, Belleza de una espada clavada en la lengua, Ediciones Rikchay, Lima, 1986.
(3) Los primeros libros de Westphalen se publican en 1933 y 1935.
(4) Paoli, Roberto, Estudios sobre literatura peruana contemporánea, Firenze, Italia, 1985.
(5) Westphalen, Emilio Adolfo, Poesía completa y ensayos escogidos, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 2004. El volumen contiene la obra de Westphalen ordenada cronológicamente y comentada por Marco Martos.
(6) Varios. Poesía vanguardista peruana, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 2009, 2 tomos.
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