La más notable inversión extranjera que después de mucho tiempo se hace en Bolivia, y que adquiere extraordinario valor, es la que está realizando la artista nacional Ana María Vera, que tendrá gran repercusión para el futuro espiritual y enriquecimiento material de nuestro país. Esa extraordinaria inversión cultural se realiza en un ambiente donde se asegura que “no existen garantías”, que se espanta a los inversores, etc.
La cuantiosa inversión que realiza Ana María no consiste, ni mucho menos, en explotar los recursos materiales del país para exportarlos como materia prima de uso industrial en el extranjero, ni para que dejar campos fértiles convertidos en desiertos de arena ni para destruir bosques ni para que fuguen los valores que origina el trabajo humano. No se trata de la inversión del tipo tradicional de horadar montañas, extraer las materias primas en bruto y exportarlas sin valor agregado, exportar las riquezas a países metropolitanos, sin reinvertir ni un centavo en Bolivia y, finalmente, injuriar y calumniar a la nación de donde se extrajo tanta riqueza.
No. No se trata de una inversión de esa clase para esos objetivos. La inversión que está haciendo en Bolivia Ana María Vera -algo muy raro por cierto- consiste en traer “capitales” para cultivar las riquezas espirituales del pueblo boliviano, de tal forma que desarrollen, tengan producción creadora y se queden en el país para enriquecerlo en sus valores humanos, tales como la música, la creación de una generación de jóvenes talentos y hacernos conocer artistas de talla mundial en festivales y acontecimientos públicos.
La inversión cultural que esta personalidad boliviana trae al país es de experiencias de incalculable magnitud. En primer lugar, está juntando a talentos juveniles para crear centros que se dediquen al conocimiento y estudio de la música en sus técnicas más avanzadas. Con ellos está formando una orquesta que está dando magníficos resultados. Sus integrantes aprenden sabias lecciones y han superado todas las expectativas.
Pero ahí no termina esta iniciativa artística de Ana María, pues, al mismo tiempo, está realizando festivales anuales, como el del año pasado (uno de ellos en la Isla del Sol) con la presencia de famosos personajes del arte mundial, acontecimientos que han permitido a las masas populares cultivar sus más ricas reservas espirituales.
La presentación de esos artistas constituyó una inversión cultural invalorable, sin comparación con las inversiones económicas caracterizadas por su frialdad, pragmatismo y meros alcances financieros para satisfacer los cuadros, “tortas” y “curvas” estadísticas y otras exigencias de los “analistas” que caen en el objetivismo que no permite llegar hasta apreciaciones críticas y deducciones lógicas.
La inversión cultural que realiza Ana María Vera, artista de prestigio mundial, está dirigida a descubrir y cultivar las riquezas espirituales de las masas populares del país y para que el producto de esa “explotación” no fugue del país como materia prima, sino se quede aquí con valor agregado y, en esa forma, esos nuevos valores que produce el trabajo creador se sumen al patrimonio nacional y enriquezcan su espiritualidad.
Ese aporte privado de incalculable valor humano recibe, en todo caso, apoyo de organismos privados nacionales y extranjeros de alta sensibilidad, aunque en medio de la lamentable indiferencia oficial, que quedó reflejada en oportunidad de la exhibición del extraordinario documental “Primeros compases”, que se estrenó en la Cinemateca Boliviana y que mostró los avances realizados por “Bolivia Clásica” el año anterior y los objetivos futuros.
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