Mujeres y salud mental:
Alejandra Buggs Lomelí
Durante muchos años, las mujeres hemos sido seres humanos con la misión de satisfacer los deseos y necesidades de las otras y los otros, sobre todo de esos otros a quienes se les ha otorgado un poder, y por ende, nos hemos convertido, según la doctora Carme Valls Llobet en “fantasmas de nuestras propias necesidades y deseos”, lo que nos ha vuelto invisibles.
Esta enfermedad social, a la que he llamado “síndrome de la invisibilidad femenina”, ha estado presente en la historia de la humanidad y nos ha llevado a ser excluidas de muchos contextos sociales importantes, como el de la salud, donde podríamos convertirnos en personajes principales de nuestros propios procesos de atención, especialmente en lo que a salud mental y emocional se refiere.
Es a las mujeres a quienes la mayoría de las veces se nos dificulta identificar y nombrar nuestro propio dolor, ya que nos hemos acostumbrado a él y lo hemos soportado como si fuera parte intrínseca de nuestra naturaleza, de tal manera que se vuelve imperceptible para nosotras mismas.
La percepción de nuestra realidad, de nuestro estado de salud subjetivo, de todo lo que existe en el exterior, va a depender de las creencias y actitudes que tenemos, que están siempre condicionadas por la cultura, la familia, la raza y la religión. El medio que nos rodea puede ser positivo para desarrollar una sana salud mental o negativo si en lugar de recibir confianza, fuerza y autoestima, se nos limita nuestro valor social y se nos exige cumplir con modelos de vida y formas de pensar que son ajenas a nuestra personalidad.
¿Cómo hacer para visibilizar ante nosotras y ante las y los demás los síntomas que afectan nuestra salud mental y emocional?
Por supuesto que no existen recetas; podríamos pensar en la posibilidad y capacidad que tenemos las mujeres para desarrollarnos como seres humanos autónomos; sin embargo, esta autonomía en el terreno de la salud mental y emocional se desarrolla de manera lenta y con mayor dificultad, debido a que tanto nuestra mente como nuestras emociones requieren de un ambiente positivo para desarrollarse y necesitan estar rodeadas de amor, cariño y afecto para crecer y sentirse en armonía, lo que no siempre es fácil lograr.
Las culturas, los dogmas religiosos, las costumbres opresivas que obligan a las personas -especialmente a las mujeres- a seguir ciertos mandatos contra sus propios deseos, (alejándolas de las sensaciones de su cuerpo, haciendo que su compartimiento se rija con el parámetro del pecado y por consecuencia dejándolas con una sensación de culpa), representan un riesgo grave para su salud emocional e incluso para su salud física.
La salud mental y emocional de las mujeres podrá estar equilibrada y se desarrollará plena y en armonía si cada una de nosotras desarrollamos nuestras capacidades, estimulándolas, sin imitar modelos externos.
Me parece que esta autonomía emocional, y por tanto nuestra salud mental, puede empezar desarrollando una identidad propia, que no intente imitaciones de estereotipos de lo que es ser mujer y que no nos permitamos ser influidas por las ideas que la sociedad tiene sobre estas diferencias.
Todo ello seguido del fortalecimiento de nuestra autoestima basado en el conocimiento profundo de nuestras capacidades y de nuestros deseos, sin depender de la opinión de los y las demás ni de su aprobación; lo que resultará en una actitud de vida que nos lleve a superar obstáculos al identificar los riesgos y enfrentarlos sin seguir ningún modelo de perfección más que el ser fieles a nosotras mismas.
La anterior no es una propuesta fácil de llevar a cabo sabiendo que somos parte de una sociedad sexista y patriarcal, en donde todo objeto o persona -niña, niño o mujer, adulta o mayor- “sin valor” se hace invisible. Cuanto más se descalifica a un ser humano y cuando hace suya esa descalificación, siente que no existe, se hace invisible para las y los demás y peor aún se hace invisible para sí misma.
El camino hacia la libertad personal de las mujeres y hacia su visibilidad puede hacer que su autoestima crezca y se fortalezca. Para este camino no existen modelos ni normas, sino un proceso de trabajo interno arduo y profundo, acompañado por una o un profesional de la salud mental que haya trabajado y siga trabajando consigo misma sus propios mandatos de género y que con ética y sensibilidad acompañará el camino de las mujeres hacia su libertad. (CIMAC).
Alejandra Buggs Lomelí es Directora del Centro de Salud Mental y Género, psicóloga clínica, psicoterapeuta humanista existencial y especialista en Estudios de Género.
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