Varios sectores y clases del país celebraron el carnaval y otras conmemoraciones con grandes farándulas y fiestas que, además de promover varios días de jolgorio, significaron derroche de dinero, pérdida de vidas humanas en accidentes de tránsito, reuniones sociales y espectáculos diversos.
Esa clase de festejos ha proliferado desde hace algunos años y, además, esas festividades son objeto del auspicio oficial a título de promover “los usos y costumbres” de sectores sociales que estuvieron relegados a situaciones de atraso y discriminación. En efecto, en los últimos 50 días del presente año, la población ha tenido en varias oportunidades varios fines de semana de “vacación”, al extremo que en algunos casos se dejó de trabajar hasta tres o cuatro días seguidos, causando grave daño a la economía del país y causando el malestar de miles de desocupados.
Pero, así mismo, se registra otros aspectos no menos notables, como que además de las grandes libaciones, lo que predomina es el baile, en algunos casos faustuoso y en otros escandaloso. Empero esa forma de diversión es producto natural de la sociedad y el baile y el consumo de alcohol se han convertido en una especie de desahogo frente a las preocupaciones diarias.
En particular, la manera de festejar mediante el baile se ha convertido en un ritual en todos los niveles de la población. Bailan campesinos, universitarios, chóferes, estudiantes, empleadas, funcionarios públicos, bailan los “diablos”, baila todo el mundo. Es, se puede decir, una manifestación social que viene de abajo hacia arriba, expresión natural de una sociedad sometida al atraso y la pobreza.
Pero aquí viene lo notable. También ahora -en una especie de competencia deportiva- bailan las autoridades del Estado y lo hacen públicamente en ceremonias callejeras y acontecimientos oficiales. En efecto, se ve bailar -no sin asombro- a los dos principales gobernantes en tinglados públicos, en fiestas paganas y en acontecimientos callejeros, observándose, además, que tras de ellos se lucen, con la misma ridícula actitud, altos generales de la República y comandantes de las FFAA y Policía.
Se puede, pues, constatar que la costumbre del baile se ha ido desarrollando de abajo hacia arriba y que ha alcanzado los máximos niveles burocráticos. Al presente, esta clase de diversión se ha generalizado, al extremo de convertirse en un festejo universal.
Las fiestas con danzarines de todo tipo se producen todo el año y no hay semana que algún barrio no se encuentre bloqueado por las comparsas y, entre tanto, en algunas ciudades ya se está preparando los programas para las farándulas del año siguiente. Empero lo que se observa detrás de toda esa exhibición danzante es que se deja en el olvido inclusive los pequeños problemas nacionales, la baja de la producción agropecuaria, minera e industrial; el alza del costo de vida, la escasez de alimentos nacionales, las crecientes importaciones de productos de primera necesidad, la pérdida de valor de la moneda, el contrabando, el narcotráfico, los asuntos internacionales y, en fin, la misma seguridad del país.
Pareciera, en esa forma, que se ha perdido la perspectiva histórica, que se vive una orgía de poder que no permite ver más allá de las cuatro paredes de la oficina y no se toma en cuenta las denuncias que a diario hacen todos los medios de comunicación, advirtiendo que estamos como en los últimos días de Pompeya. Esa lógica ha determinado, en todo caso, que “¡primero es el baile, después la Patria!”.
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