Habían pasado tres horas desde que el tren de TBA se estrelló contra la cabecera del andén de la estación de Once. Los heridos leves habían salido por si solos y los más graves esperaban la ayuda de los bomberos y del personal médico.
Los policías entraban sigilosos al vagón, desplegaban las bolsas con cuidado y envolvían –lento- los cuerpos. Después salían rápido hacia el final del andén, por la parte de atrás de la estación. Casi a hurtadillas. Se iban con el horror a cuestas. Tratando de ocultarlo. Trece, catorce, quince, dieciséis. Muy pocos fallecidos fueron sacados en camillas. La mayoría colgaba de los brazos de los oficiales.
Las autoridades de la Policía Federal hicieron todo por tapar el peor momento de la tragedia. Sacaron a los fallecidos por la parte de atrás de la estación, lejos de las cámaras de televisión y de los fotógrafos. Pero Clarín llegó a presenciar cómo retiraban a 20 de los fallecidos. De vez en cuando, entre uno y otro muerto, sacaban un herido y volvía la esperanza. Hasta que se hicieron las 12.05 y sólo quedaban bolsas negras.
Recién ahí, el lugar fue desalojado totalmente. La Policía desplegó más carteles azules con la leyenda “PFA Unidad Criminal” para tapar los andenes. Aún quedaban cuerpos por sacar. Y a esa altura del día ya se había visto demasiado horror. Minutos después, el vocero de la Federal, Fernando Sostre, confirmó la cantidad de muertos: “Son 48 mayores y un menor”.