El carnaval es una de las tantas muestras de la riqueza y la diversidad cultural que tiene Bolivia. Cultura que, como no puede ser de otro modo, es la permanente integración de distintas maneras de sentir la vida y de ver el mundo; pues, como sabemos, el carnaval se origina en las fiestas saturnales de Roma, o inclusive en los festejos dionisíacos de la antigua Grecia, agoniza con el cristianismo inicial, pero no muere porque expresa la exaltación de la vida, la alegría y el desgaste de las energías vitales en festejos donde la acción humana puede llegar hasta el desenfreno.
Festejo juvenil, desorientado, búsqueda ansiosa de caminos de felicidad que concluye con el desencanto. No, allí haya ruido, algarabía donde todos actúan al mismo tiempo, y del barullo, la borrachera y la acción por la acción, que son la tónica del carnaval se llega a la sospecha de que se trata de un festejo tanático, auto destructor, que el ser humano busca con ansia en determinado momento de la vida, quizá como una manifestación de la lucha entre el consciente, analizador y buscador de la claridad de las ideas lógicas, y el inconsciente, intuitivo, oscuro, amante del símbolo, y que se repliega en la oscuridad de nuestras potencias psíquicas.
El carnaval llegó de España con la conquista y fue asimilado al temperamento regional de las diferentes zonas que la conforman, como el carnaval gallego o el andaluz, diferentes pero teñidos de hispanidad. Al tocar tierras americanas los conquistadores se encuentran con una sorpresa, la época que en su tierra es invierno y todo está yermo y desolado, en el sur es verano y cosecha, es decir plenitud de la vida cósmica.
Y encuentran que en esta parte del mundo se festejaba el contentamiento de las personas al recibir el don del pan, fruto del trabajo humano y de la fecundidad de la tierra. Con la imposición del calendario litúrgico cristiano, el carnaval se junta y se mezcla en síntesis vital de alegrías y de espíritus; de ahí que en el jisnaanata campesino se jugaba con “makunkus”, frutos, verdes aún, de plantas, y se bailaba al mismo tiempo con caretas, con máscaras que tapan el rostro del danzante para llegar al desenfreno, propio del carnaval occidental,
Y el carnaval se extiende a lo largo de la geografía de un país diverso y variado. De ahí que tengamos, en principio, dos carnavales: el citadino y el campesino; ambos distintos, el de tierra adentro, lleno de la cultura ancestral y el de la ciudad con manifiestas influencias extrajeras y con actitud diferente al anterior.
Además, y aquí viene la pluralidad de manifestaciones vitales, pues cada Departamento tiene su propio carnaval, lleno con el temperamento básico de sus habitantes. Una cosa es el carnaval de Tarija, ciudad, y otro, el de Potosí, ciudad, no obstante la cercanía geográfica que media entre ambos puntos. Una actitud especial tiene el carnaval de Sucre, y otro diferente, el de Cochabamba. El de Oruro, tan lleno de riqueza y famoso en el país, y aún en el exterior, es diferente al de La Paz; o el de Santa Cruz, con desborde de alegría camba y disfraces estilizados tiene un alma diferente al de sus vecinos trinitarios; y el de éstos, es también distinto al de los cobijeños.
Ni qué decir del carnaval pueblerino, el que se festeja en La capital de provincia, en el que, perteneciendo al mismo Departamento, hay formas de hacer el festejo. Por ejemplo, el de Palca y el de Ayata, o el de éste y el de Chulumani, etc. Esto se debe a que en cada región la gente lo llenó con el espíritu del lugar y, al mismo tiempo, lo transforman y lo adaptan a las corrientes de otros países; cuyas manifestaciones son vistas tanto en la televisión como en el cine, que cada día llegan a los distintas regiones del país.
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