David García Martín
Cuando la II Guerra Mundial todavía tenía al planeta con un pellizco en el estómago, se reunieron en Bretton Woods 44 países para decidir las claves, reglas e instituciones que iban a marcar las directrices de las relaciones económicas y financieras mundiales. En la actualidad, y desde hace ya algunos años, dos de los organismos que allí se gestaron, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), han abandonado la filosofía con la que nacieron para ponerse al servicio del sistema financiero internacional.
Estas instituciones financieras internacionales, que se crearon con el propósito de financiar la reconstrucción y el desarrollo, dar crédito y favorecer el crecimiento de las economías, se han convertido en grandes trampas para los estados endeudados. De ser, en su origen, instituciones que contemplaban la intervención del Estado en la economía –aunque las aportaciones estadounidenses al final tuvieron más peso- , han pasado a ser una herramienta más con la que el capital financiero ha dado rienda suelta a sus dictados, materializados en políticas de privatización y de liberalización de mercados.
Todo esto orquestado bajo el eufemismo de los llamados planes de ajuste estructural. Pero éstas no son unas medidas orientadas a sacar a los países de la pobreza, crear empleo, o distribuir proporcionalmente la riqueza, sino todo lo contrario. Sus “sugerencias” han llevado a muchos de los países que las han adoptado a crisis constantes. También han visto cómo el aumento de las desigualdades económicas y sociales crecían. Como dice el Principio San Mateo: “Porque a todo el que tiene, más se le dará, y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, aún lo que tiene se le quitará”.
Estas recetas basadas en la privatización de las empresas públicas y la desregulación de los mercados empeoraron la crisis financiera de Asia, en Europa perjudicaron el estándar de la vida de las clases populares de Rusia y en América Latina hundieron todavía más la economía Argentina, asegura el catedrático de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, Vincenç Navarro.
Pero es en los recursos naturales donde las políticas de privatización, impulsadas por estos organismos, han puesto el ojo el negocio en los últimos años. En Bolivia tuvo lugar la guerra del agua. El gobierno de turno, bajo las directrices de estas instituciones, privatizó este recurso natural en Cochabamba, desoyendo a la Asamblea General de la ONU que considera el acceso a este bien escaso como un derecho y no un negocio con el que lucrarse. El precio del agua subió más de un 50%. En la película de la realizadora española, Icíar Bollaín, “También la lluvia”, se puede ver algunas de las consecuencias que conllevan estas políticas.
En Brasil, donde se encuentra la mayor reserva de agua dulce del planeta, la Agencia Nacional de Aguas (ANA) advierte de que la privatización podría mermar los recursos hídricos de los que disponen los ciudadanos. Pone como ejemplo la privatización de la energía eléctrica. En el momento de su ejecución las tarifas se dispararon casi un 400%, según informó a Periodismo Humano el Movimiento de los Afectados por las Represas (MAB).
En Grecia, la llamada troika -UE, BCE y FMI - estrangula a sus ciudadanos. Les recorta el Estado de bienestar con medidas leoninas que atentan contra los derechos básicos de un estado moderno. Les han subido los impuestos, les han bajado los sueldos y han metido el tijeretazo en todos los ámbitos de lo público. Pretenden echar del euro al pueblo donde nació la democracia.
Las políticas que desarrollan las instituciones financieras están muy alejadas de sus principios originales. Si bien es cierto que el mundo ha cambiado mucho desde 1944, no así tendrían que haberlo hecho sus ideas fundacionales. Estas instituciones, que nadie elige de manera democrática, han alimentado esta crisis, utilizada por los gobiernos como pretexto para recortar los mismos derechos fundamentales que se vulneraron antes de las grandes guerras y que provocaron el estallido.
El autor es periodista.
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