El anuncio de la construcción de un nuevo Palacio de Gobierno coloca a la ciudadanía ante una decisión súbita, sin consultas previas, como ha sucedido en otros temas conflictivos. El pueblo paceño se ve sorprendido porque le afectan los repetidos planes de romper la armonía del Centro Histórico de su ciudad. Es parte del mismo problema el precedente proyecto de un nuevo Palacio Legislativo, por considerar “obsoleto” al actual.
La sucesiva intención parecería querer imitar el proyecto del Vicepresidente que esta vez tomó la delantera. Algo similar a que si aquél niño tiene un juguete nuevo, el niño vecino también lo quiere. Su Excelencia sostiene que el palacio en mente o “Casa Grande del Pueblo” debe representar al emergente nuevo Estado y relegar a museo al de la plaza Murillo. Este deseo renacentista de épocas prehispánicas no deja margen a la imaginación de los arquitectos porque, si se ha de ser sinceros, se conoce poco o no existen legados aymaras arquitectónicos monumentales, ni mucho menos. Las ruinas de Tiwanaku son “harina de otro costal” y se pierden en la inmensidad de tiempos remotos. Machu Picchu o los restos de una fortaleza en Samaipata, límite de lo que fue el Imperio Incaico, pertenecen al tiempo de esplendor de esa cultura, al paso que el Presidente del Estado se identifica como aymara.
No pocas veces los regímenes que asumen su poder incontrastable -real o supuesto- han querido trascender históricamente a través de edificaciones más o menos perpetuas y de fortalezas, en previsión de alguna eventualidad, aunque entre nosotros tales eventualidades parecen remotas y erradicadas. Anuncios de esta naturaleza provocan la susceptibilidad de que estemos ante réplicas de tipo bunker del desaparecido Muamar al Gadafi de Libia, o de Bashar al Asad de Siria, para no remontarnos a Adolf Hitler, por supuesto, descartando que puedan lograr lo inexpugnable de dichos refugios. No cabe duda que dos fortalezas semejantes (palacios Legislativo y de Gobierno) más la posible que el Gobernador por no quedarse atrás se verá tentado de imitar, demoliendo el bello edificio prefectural, en la esquina de las calles Ayacucho y Comercio, harán un conjunto estratégico envolvente, tan caro para el Gobierno.
La historia confirma los sueños faraónicos de variopintos tiranos desde la antigüedad. Nerón no podía exceptuarse y su ambición clínica lo llevó a incendiar Roma, a fin de que de sus cenizas surja una nueva metrópoli que perpetué su imagen, magnificada con un palatino brillante como el sol. Antes de lograrlo se suicidó y Roma sigue siendo “la ciudad eterna”. Hay paceños que se estremecen ante sueños parecidos, aunque tal vez en pequeño, para cambiar a La Paz su aspecto arquitectónico de tradición republicana. La interrogante es ¿qué tipo de arquitectura lo sustituirá?
Si la queja de los dos principales mandatarios es la estrechez de los palacios en cuestión y el costo elevado de mantenimiento de algunos ministerios, nada mejor que edificar un Centro Cívico de tono plurinacional en un espacio adecuado -que no ha de faltar- tal y como se acaba de aconsejar sin criterios obstruccionistas. Actuar de ese modo salvaría al Centro Histórico paceño de convertirlo en un híbrido de mal gusto. El sentido común aconseja que es bueno renovar, pero no al precio de destruir lo valioso, aunque no se comparta su estilo. ¿No ha prevalecido intacto Versalles a la Revolución Francesa y el Kremlin a la Revolución Soviética?
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