Por la forma de obrar y desenvolverse del Presidente, bien se podría decir que es el hombre que mejor dispone de su libertad; parece, por los hechos, que él decide cuándo, cómo y qué se va a hacer; dispone de su tiempo conforme le place y, en ciertas situaciones, hasta corriendo peligros por los continuos viajes que realiza; pero, en los resultados, todo muestra que sería una especie de prisionero de sus propios errores y mucho más de lo que hacen o dicen sus asesores, su entorno, que, atenidos a que las consecuencias las pagará él, no vacilan en mostrarle caminos equivocados y evitarle la molestia de conocer los yerros.
Lo ideal para el Estado, cuya administración desde el gobierno tiene como cabeza al Presidente, es que su gestión mejore en el día a día, que los errores cometidos en el pasado se corrijan y se trate de mejorar todo lo que esté bien realizado.
Vivimos en un país pobre y con la carga de una crisis que dura años; nos hacemos la ilusión de “tener sobrantes” porque las reservas internacionales son importantes para nuestra pobre economía cuando también sabemos que son irrisorias frente a lo que disponen otros países con inclusión de vecinos que han superado mucho de sus estados de pobreza y han alcanzado cifras importantes no sólo en sus reservas sino en el pago de sus deudas tanto internas como externas.
Dentro de lo ideal que concibe la comunidad nacional para que todo ello sea misión y acción del Primer Mandatario está la superación de yerros cometidos y que tienen que ver con la falta de garantías para las inversiones que creen riquezas que generen empleo; están también los correctivos para garantizar la producción de bienes y servicios apoyando no sólo a las empresas estatales sino a las privadas, promoviendo la creación de compañías medianas y pequeñas; incentivando las exportaciones no tradicionales y, en lo posible, dando confianza y cooperación a la industria instalada que, en casos, ha paralizado sus operaciones tanto por falta de capitales como de las garantías precisas; esas empresas requieren mejorar su capacidad industrial instalada, renovarla, modernizarla y hacerla competitiva.
Hay mucho por hacer, y el Presidente, con el mismo entusiasmo que muestra en muchas de sus actividades podría concretar; pero, será preciso que sea él mismo que reconozca sus yerros, puesto que sin ello, no habrá convicción de lo hecho y menos de lo que haya que hacerse. Es urgente que desoiga las insinuaciones o “palabras dulces” de áulicos que buscan satisfacer sus propias ambiciones a costa de lo bien o mal que haga el Primer Mandatario. Será urgente que el grupo de “asesores” y colaboradores ministeriales actúe con la sindéresis, eficiencia, eficacia, honestidad y responsabilidad que las circunstancias exigen.
Cuando la libertad de pensamiento, utilizando la libertad de expresión de los medios, periodistas, analistas, editorialistas, columnistas, escritores e investigadores, sostienen lo expresado en líneas precedentes, casi siempre hay reacciones condenatorias de quienes son parte del régimen y se llega a la creencia de que “se busca debilitar o desestabilizar al gobierno obedeciendo dictados de la derecha”. Estas frases no hacen otra cosa que confirmar una realidad: la intención es que con izquierdas o derechas se cambie, se trabaje y cumpla con el país; no hay la mínima intención de “debilitarlo o desestabilizarlo” porque el deseo es que cumpla con todo lo que se debe hacer ya que, pasar por la administración del Estado, no debe ser simple aventura ni un “mirar las calles para ver qué pasa y a quienes están en ellas”. Es una labor muy importante y que requiere de coraje y valentía que, es de esperar, son condiciones que no debe faltarle al Primer Mandatario, especialmente si “se ajusta los cinturones” y pone orden en las filas de colaboradores.
Pedir que se cambie y trabaje es fortaleza y estabilización, es conseguir seguridad y eficiencia, es entender que no son buenas sólo las intenciones sino que cuentan los hechos. El Presidente no puede ni debe “encerrarse” en sus propios errores; al contrario, reconocerlos y trocarlos en hechos constructivos, positivos y acordes con lo que el país espera. Él, por las diversas experiencias que ha vivido, sabe cuánto y qué se debe hacer, puesto que algunos hechos negativos no pueden ser permanentes y que llegó el tiempo de actuar con la debida seriedad y responsabilidad.
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