Laura M. López Murillo
México.- En algún lugar del discurso, detrás de las palabras triunfalistas que pregonan mil y un bondades, entre las líneas de una farsa, yace el argumento de una tragedia...
El jueves 2 de febrero, Felipe Calderón viajó a la Sierra Tarahumara portando la gorra de jefe de las Fuerzas Armadas, descargó un helicóptero con víveres y garrafones de agua, y ordenó al Ejército y la Marina surtir a las comunidades necesitadas. En un despliegue espectacular de recursos se implementó un plan de emergencia: la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) repartirá en total 110 toneladas de alimentos y la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), anuncia que promoverá, a través del Fondo Nacional para las Artesanías (Fonart), la compra de artesanía rarámuri.
Pero ésta, como todas emergencias, pretende resolver en unos días los problemas que se ha desatendido por años. La tragedia tarahumara se origina en la indiferencia institucional, cuyos estragos se percibe en los sectores vulnerables, en las comunidades marginadas que han sido excluidas en las políticas públicas. La catastrófica situación en la que subsisten los rarámuris es el resultado de la insensibilidad gubernamental: en el transcurso del sexenio, 20 mil rarámuris fueron dados de baja del padrón de Oportunidades, el programa asistencial más importante del país, como castigo por haber incumplido reglas de operación, porque no acudían a escuelas o centros de salud, los que les quedan a jornadas enteras de caminatas. Este año, el gobierno actual del Estado de Chihuahua, redujo en 24% el presupuesto de la oficina que se encarga de canalizar los apoyos gubernamentales a los indígenas rarámuris, pimas y guarojíos serranos. Como consecuencia, los hospitales en la Sierra Tarahumara registran un incremento de padecimientos en niños causados por desnutrición severa, la sequía provocó la primera epidemia de hepatitis en un albergue infantil y ya se detectó brotes de sarna por la falta de higiene. En un acto de contrición multitudinario, la generosidad expiará la culpa social y las acciones de gobierno se divulgarán por los cuatro vientos pero el origen de la tragedia permanecerá latente.
La desolación es el paisaje que aflige al territorio nacional, en la sierra, en el valle o en la ciudad, existe un sector de mexicanos que no conocen las bondades del Estado ni la compasión de sus compatriotas. El número de mexicanos ignorados por los programas asistenciales y las políticas públicas crece y crece y es una cifra lacerante que se pretende maquillar con las categorías de la miseria. La desesperanza es una de tantas palabras que no aparecen en los discursos oficiales, que se encubren detrás de las palabras triunfalistas que pregonan mil y un bondades, pero entre las líneas de una farsa, yace el argumento de una tragedia…
La autora es Licenciada en Contaduría por la UNAM. Con Maestría en Estudios Humanísticos, Especializada en Literatura en el Itesm.
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