Sociedad Boliviana de Estudios Históricos
Parte II
En 1874, mediante otro tratado con el presidente Tomás Frías, Chile volvía a modificar las fronteras bolivianas de acuerdo con la ubicación geográfica de las riquezas mineras. La facilidad con la que la oligarquía chilena doblegaba al Gobierno boliviano anticipaba la próxima catástrofe de la invasión de 1879.
Con un ejército preparado para la guerra, Chile desencadenó la invasión de Antofagasta en 1879. Tomando este puerto como base de operaciones inició la guerra atacando a los pueblos y a los puertos del Litoral que no estaban preparados para defenderse del ataque sorpresivo del ejército chileno.
Consumada la invasión, con el yugo militar encima, se atracó al gobierno de Gregorio Pacheco con el Pacto de Tregua (1884), brutalmente impuesto en Santiago, ordenando que todos los territorios asaltados se regirán por la ley chilena y, en adelante, serán conocidos como “territorios ocupados”, con el fin de ocultar la invasión de 1789 ante la historia.
Después de la “tregua” que nunca hubo, vino el Tratado chileno de Paz y Amistad de 1895, con una declaración despótica, que en su Art. 2º dice: “La República de Chile continuará ejerciendo el dominio absoluto y perpetuo, la posesión del territorio que ha gobernado hasta el presente...”. El invasor tras confesar el “dominio absoluto y perpetuo de la posesión” de facto concluía con iniquidad: “queda reconocida la soberanía de Chile sobre los territorios ocupados a Bolivia”. La perversidad le indujo a Chile a afirmar que los territorios invadidos son de su “dominio absoluto”. El presidente Severo Fernández Alonso cerró las puertas del Siglo XIX con esta humillación y con otra más grave aún, como la conspiración y plan intervencionista para el “reparto geográfico de Bolivia”, que sin embargo fracasó. Con estos precedentes Chile llegó al “Tratado de Paz y Amistad” de 1904.
La invasión relámpago de 1879 no inició una guerra corta. Chile dirigió sus ataques con un designio mayor. No ataca a Bolivia para quedarse con ella, sino para pasar al Perú y plantar allí su bandera de conquista. La invasión ha engendrado instrumentos de destrucción, como el Tratado de Paz y Amistad y la Agenda chilena de 13 puntos para Bolivia. La invasión, en efecto, no ha terminado en 1904 sólo porque algunos cierren los ojos ante la realidad.
La posguerra es tan terrible para Bolivia como la misma guerra. Trecho a trecho, pedazo a pedazo, en todo momento Bolivia siente que por su cuerpo sigue fluyendo la invasión por los 11 caminos abiertos del contrabando; por el turismo chileno que se ve en las lagunas de Uyuni, en los puertos que se construye para la carga boliviana, al otro lado de la frontera; en las inversiones comerciales chilenas en Bolivia, en la conspiración subterránea de chilenófilos bolivianos. Siempre hay protestas contra el invasor, pero lo que no hay es la defensa contra un enemigo que parece haberse invisibilizado y no se dejaba ver carcomiendo los cimientos de la Patria.
La invasión comenzada en 1879 continúa todos los días, por las aguas usurpadas del río Lauca; por los manantiales despojados del Cantón Quetena; por los 13 puntos de la Agenda chilena para Bolivia, mientras esté vigente el despótico Tratado de 1904 que ninguna salida al mar podrá conceder a Bolivia, mientras no sea anulado y nos siga oprimiendo colonialmente en nombre de la “paz y la amistad”, máscara que encubre el “dominio absoluto” sobre nuestra Patria.
Juan Albarracín Millán
Presidente de la S.B.E.H.
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