Severo Cruz Seláez
Citadinos y rurales, en un haz de voluntades y con renunciamiento inclusive a la vida, sumaron esfuerzos para romper las oprobiosas cadenas del sometimiento ibérico, pero sin la participación de ilustres personajes extranjeros hubiera sido muy difícil lograr ese histórico objetivo. En consecuencia sangre nativa y foránea fecundó los cauces que hicieron posible la fundación de la República de Bolivia en 1825. Solos quizá no hubiéramos podido encarar ese proyecto de interés común.
Aquellos extranjeros, oriundos del continente latinoamericano y de otras latitudes del mundo, coadyuvaron a la actividad revolucionaria que desplegaban e impulsaban nuestros mayores que vieron la luz en estas tierras con inmensos bolsones de recursos naturales, renovables y no renovables, que despertarían posteriormente la codicia no sólo de vecinos sino de otras potencias del mundo.
En este marco la agresión de quienes decían ser nuestros hermanos significó el desmembramiento territorial que nos redujo a la mínima expresión y hasta fuimos enclaustrados, en 1879, conforme a la tesis que manejaba Diego Portales, el irreconciliable adversario del mariscal Andrés de Santa Cruz y Calahumana, que reiteraba: “Debemos dominar para siempre el Pacífico…. y ojalá fuera de Chile para siempre”.
Extranjeros generosos nos cooperaron, nos orientaron y alentaron, en la memorable tarea que culminó con la independencia del Alto Perú, marcando nuestra identidad, en el seno de las naciones libres. Recordemos que dos extranjeros fueron los primeros gobernantes de Bolivia, como también fueron otros extranjeros que, a brazo partido, lucharon en las contiendas bélicas de los albores del proceso republicano, tratando, en acción conjunta con los bolivianos, de preservar la dignidad nacional ante la arremetida de quienes pretendían invadirnos, fragmentarnos y quizá destruirnos.
Extranjeros, identificados con la causa del movimiento patriótico, estuvieron en los triunfos y las derrotas, junto al pueblo movilizado, en la perspectiva de promover su propio destino. Hoy no tenemos, lamentablemente, aliados como aquéllos, sinceros y leales, sino que todos quienes se nos aproximan lo hacen para utilizarnos políticamente o para depredar nuestros recursos naturales, renovables y no renovables. No hay la sinceridad necesaria de parte de nuestros “actuales amigos y protectores”, que nos inspire depositar en ellos la confianza a fin de construir una amistad duradera como señal inequívoca de confraternización.
Parece que todo lo que se dice y se hace tiene un trasfondo de interés mezquino, aunque, indudablemente, algunos aportaron de manera decisiva y desinteresada al desarrollo nacional. Y tomando en cuenta esta última situación podemos afirmar que no estuvimos solos en la construcción de la Bolivia que sobrevive hasta hoy, sino que hubo gente extraña que nos dio el respaldo necesario.
En suma: es oportuno reiterar el homenaje de admiración, de gratitud y respeto, a todos aquéllos extranjeros que contribuyeron con su sangre, con su talento y esfuerzo, a la fundación y consolidación de Bolivia, que camina, de modo incansable, en busca de un futuro mejor. “Mi amada Bolivia”, decía el primer gobernante extranjero que tuvo el país, Simón Bolívar.
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