LA MUERTE COMO REALIDAD DE VERDAD DE NUESTRA VIDA
Hasta cuando se preguntará el hombre por la muerte? Al borde de este afán interrogante nos sale al paso el verso de Séneca que nos dice: “peor que la muerte es su guarida”. Y es nuestro propio corazón, quien, sin necesidad de palabras, nos responde con su latido, precipitándolo: ¿es el hombre esa guarida infernal de la muerte?
¿Es el hombre la guarida infernal de la muerte? Esta es una pregunta que responde a un sentido y sentimiento trágico de la vida, de nuestra propia vida al que llamó Unamuno, sentido o sentimiento trágico. Nuestro filósofo cuando se hizo poeta trágico, enmascaró su poesía trágica en retórica teatral. Y aunque pueda parecernos hoy, que este viejo predicador estoico, contemporáneo de San Pablo, es un retórico de la virtud o de la verdad, al igual que hizo Nietzsche, le llamaremos toreador o torero de la virtud: y de la verdad. En este senequismo palabrero tan sustancial y sustantivamente torero, en efecto, que, en España, en Andalucía, en Córdoba, hizo escuela de torear; y sus discípulos seculares lo tradujeron, muy trágica, filosófica y retóricamente también, en lanzas de capa y de muleta, dando muerte torera al toro de verdad que tenía delante.
El teatro, afirmaba Unamuno, es siempre grito. Grito de dolor o de espanto: o de júbilo, de alegría; a veces, confusión paradójica de ambos. Pero siempre grito de verdad: lenguaje a voz en grito de verdad.
Séneca en sus tragedias hace gritar a las palabras más alto aún que a la acción trágica. Por primera vez un mundo atrozmente infernal se ofrece a los ojos del hombre, tras esos gritos, con mortal silencio.
Séneca el filosofo escribe tragedias: es verdad. Pero también es verdad que Séneca el trágico, escribe su filosofía enmascarando de palabras su más trágico pensamiento: enmascarándose a sí mismo, retóricamente, de verdad.
Séneca, en la decadencia imperial de Roma, era como si dijéramos un nuevo pobre, por ser un viejo y no un nuevo rico. Ser pobre tan estoicamente como Séneca no sólo cuesta mucho trabajo, cuesta mucho dinero. Es otra manera trágica de gritar. Sin la resonancia que le dieron sus propias riquezas no podía el filósofo afirmar su heroico desprecio por ellas con las palabras. En la teatralidad retórica de su propia vida. Séneca sabe, como Nietzsche, que al acabar la acción empieza el drama.
Este asceta, este lujoso ostentador de la virtud en medio de todos los nuevos ricos, lo que nos ofrece como respuesta tácita, es esa especie de gusto y regusto infernal de todo: la semilla misma de una vida enteramente producida y reproducida para la muerte.
La voluptuosidad torera de la precisión, por la palabra, verdaderamente la inventó Séneca, el español meridional, andaluz, torero, de Córdoba. Por eso su palabra nos parece trágica y filosófica. Lo que el cordobés, nos da con su grito es una idea, una imagen, clara y transparente, de la muerte; tan clara y transparente que nos parece estarla viendo. La muerte como realidad de verdad de nuestra vida. Por ello, escribiría Séneca: “Una y otra cosa es cobardía: querer y no querer morir”. e-mail: aarias@arrakis.es
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