El Día Histórico – 29 de febrero de 1816
Parte II
Padilla arremete contra sus enemigos, pero otra vez cae prisionero
Manuel Ascencio Padilla se armó con el mayor coraje, no obstante las heridas que lo mortificaban, empezó a repartir puñaladas a derecha e izquierda, logrando dominar y vencer a sus enemigos, quienes, como se sabe, estaban embriagados. Aprovechando la confusión, Zárate consiguió deshacerse de sus ligaduras, y emprendió la fuga.
Los realistas, avergonzados por haber sido vencidos por un solo hombre volvieron a atacarlo, aullando como aúllan los lobos enfurecidos. Eran 28 contra él solo y hubo de sucumbir ante el número. Para dominarlo, lo enlazaron como se enlaza a un toro furioso; le amarraron los pies y las manos, con ligaduras de cuero fresco, poniéndole un cepo en el cuello.
Asegurado de este modo, volvió a funcionar el Consejo de Guerra, que otra vez lo sentenció a muerte por unanimidad de votos. Mas había divergencia de opiniones sobre el modo de ejecutar la sentencia: unos opinaban por la horca y otros opinaban porque fuese fusilado. Al fin acordaron aplazar la ejecución para el día siguiente, por estar ya avanzada la noche y además añadían que el escarmiento debía ser ejemplar y a vista de todo el pueblo.
Doña Juana Azurduy salva
la vida de su esposo
Dña. Juana Azurduy, que había seguido los pasos del esposo, sin darse a conocer, vio que esta vez la vida del guerrillero patriota estaba verdaderamente en peligro. Entonces puso en juego un recurso supremo, que creyó que le iba a resultar, como en efecto sucedió, para salvar aquella vida tan cara.
Acompañada de Guallpa-Rimachi, y de dos sirvientes, todos armados de fusiles, se ocultó en los espesos tolares que cubren los alrededores de Pomabamba, y desde allí empezaron a hacer fuego, gritando: “¡Adelante, Zárate; adelante Zárate!”, como haciendo creer que este caudillo atacaba el pueblo.
Los españoles que sólo en este momento notaron la fuga de Zárate, salieron al extremo del pueblo, donde recibieron una lluvia de balas que venían del medio del bosque. Creyendo que este caudillo los atacaba con fuerzas numerosas, retrocedieron todos, y corriendo al lugar donde tenían amarrado a Padilla, cortaron sus ligaduras y lo pusieron en libertad, rogando de rodillas que los perdone por los muchos ultrajes que le habían inferido y evite el degüello de la población.
Padilla, noble y generoso como siempre, les ofreció perdonarlos y salió del pueblo, a reunirse con los suyos. Se encontró con su mujer, quien le explicó la estratagema de que se había valido para salvarlo.
Al día siguiente se incorporó a ellos Zárate con una gruesa partida de patriotas, con quienes se proponía castigar severamente a los realistas. Éstos se habían encerrado en la casa cural izando bandera blanca en la puerta.
Intimados a rendirse, lo hicieron en el acto, entregando por las ventanas todos sus pertrechos de guerra. Luego salieron de la casa con la imagen de la Virgen del Rosario, clamando misericordia y pidiendo que se les perdonase la vida.
Los patriotas no abusaron de su situación y se limitaron a apresar a Carballo y Carré, que eran los más peligrosos.
Aumentada la partida de patriotas y provista de armas y municiones, Padilla reunió 200 montoneros y los organizó en dos cuerpos, uno de infantes y otro de caballos, a los que dio la nominación de Húsares y de cuyo mando se encargó doña Juana.
EL DIARIO, 29 de febrero de 1928.
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