¡Cuán plácida es la vida del que tiene y, ciego, no ve el dolor ni la angustia de los que no tienen! Bien podemos decir de la insensibilidad que demuestran las autoridades de gobierno con el caso de los discapacitados o impedidos para conseguir su propio sustento mediante trabajo personal bien remunerado y acorde con sus capacidades y posibilidades de salud.
Ancianos, hombres, mujeres y niños del país han llegado a la sede de gobierno en busca de un poco de comprensión y amor; humildes de corazón, son conscientes de lo que sufren; arrastran sus pesares no por propias culpas sino debido a accidentes o males congénitos que han sufrido en sus vidas. En su orfandad, han alcanzado sitiales en los que han adquirido valores, practican virtudes y han tomado conciencia de sus derechos y deberes. Creen que, en justicia, merecen atención de las autoridades, especialmente si hay jactancia de vivir en un país con “grandes posibilidades financieras”.
El Gobierno no entiende el drama; por el contrario, trata a los discapacitados como seres que tienen salud y medios para atender sus necesidades; considera que “pueden trabajar con su disponibilidad de esfuerzos y conocimientos”; pero no toma en cuenta que están limitados, que las fuerzas y medios corporales que poseen no están acordes con cualquier función que un trabajo esforzado podría requerir de ellos. Es gente que, por buena voluntad que tenga, no cuenta con los medios corporales ni de salud para sustentar ampliamente sus necesidades y de sus familiares.
Ellos, como seres humanos, y no privados de todas sus facultades, han formado hogares, tienen hijos y creen tener derecho a la felicidad, porque la incapacidad que tienen no puede ser impedimento para que no sientan la urgencia y necesidad de ser y trabajar como seres humanos.
Las autoridades, siempre soberbias y petulantes con lo mucho que tienen, no entienden realidades y las verdades de los discapacitados son contrarias a los “grandes proyectos de inversiones que existen” -sin que en los hechos haya algo real y efectivo-. Se dice que no hay presupuesto pero sí hay dinero para ser gastado a “manos llenas” en aviones de lujo, en satélites, automóviles, viajes, vituallas y ropas lujosas; hay dinero para pretender “construir un nuevo palacio” como si el existente no fuese más que suficiente para el Gobierno y sus colaboradores.
No hay dinero para atender las urgencias de necesitados no sólo de atención financiera y de bienes para vivir sino para desenvolverse, para seguir como seres humanos y que demuestren su gran capacidad de darse, trabajar y producir en un país que ya no trabaja ni produce, pero ellos, discapacitados, están dispuestos a que en el país de todos los bolivianos, pueden ser ejemplo de producción y aporte a la economía nacional. Están dispuestos a educar y dar buena vida a los suyos, pero sin orgullos ni soberbias, sin petulancias que lastiman y niegan derechos a sus semejantes. Son personas que, como el resto de la población (por la desconfianza que inspiran los policías) temen hasta la presencia de carabineros porque las experiencias que han recogido en su largo peregrinaje, les han mostrado hechos dolorosos.
Al margen de cualquier razonamiento, es preciso reconocer que los reclamos han sido llevados a extremos, especialmente por los excesos de la Policía y la respuesta contundente de los discapacitados el día jueves, más por la intromisión de interesados en crear conflictos y causar víctimas en ambas partes, objetivo que han conseguido. Será preciso que se aplaquen sus ánimos para evitar mayores problemas.
Las autoridades de gobierno, tan sólo atenidas a lo que tienen, y que es del Estado, no pueden negar amor y atención a quienes merecen ser tratados como seres humanos, como bolivianos que, al igual que los militantes partidarios, tienen los mismos o más derechos para vivir; entretanto, piden pensiones con las que ganaría el país y serían mejor invertidas que “bonos” y otros beneficios creados tan sólo por demagogia.
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