La verdad aunque duela
La historia de desaciertos comenzó en diciembre de 2005, cuando el Presidente electo de Bolivia hizo una gira de popularidad por varios países del mundo, luciendo una exótica indumentaria que causó curiosidad y sonrisas en el extranjero. Desde entonces a la fecha, por las diferentes actitudes extravagantes de nuestros mandatarios, el pueblo boliviano se siente ridiculizado.
A ello se suman los desaciertos de los gobernantes en el manejo social, político y económico del Estado. De inicio han utilizado a movimientos sociales que no habían sido tomados en cuenta por los gobernantes del pasado, pero se trata de una utilización interesada y engañosa, razón por la cual han transcurrido seis años de continuas protestas sociales en todo el país. Muchos sabemos que nuestros gobernantes no tienen la capacidad necesaria para atender las demandas de las organizaciones sociales, las mismas que en su mayoría forman el poder político del MAS.
De igual manera se sigue mintiendo sobre la práctica de dignidad, soberanía y democracia, por la debilidad con que se encara estos tres conceptos y sobre todo por el “sometimiento y los compromisos” que tiene el actual Gobierno con los países del bloque del socialismo del Siglo XXI, lo que es un “signo evidente que deja traslucir desesperanza y enormes frustraciones”. Al respecto tenemos ejemplos de sobra, como el hecho de obligar a jefes militares bolivianos a ponerse ponchos multicolores encima de sus uniformes, el maltrato a los ancianos, mujeres y niños marchistas del TIPNIS, sin olvidar las decenas de muertes ocurridas en la actual gestión gubernamental. Entonces, ¿qué clase de soberanía y dignidad estamos viviendo?
El modelo político vigente en Bolivia está desprestigiado, no por culpa del socialismo caduco que desean implantar unos cuantos, sino por factores como la mala preparación de sus dirigentes y cuadros partidarios; la baja adaptabilidad al cambio y su correspondiente interpretación; la complejidad actual de la representación política; la marcada diferencia entre la realidad y la fantasía en el escenario político; la renuncia a hacer campañas electorales con transparencia; el sectarismo y verticalidad en la estructura interna y externa de gobierno.
A esto se suma una oposición parlamentaria con escasa representatividad, no de carácter numérico sino cualitativo, razón por la cual en el Poder Legislativo se aprueba leyes que son elaboradas fuera del mismo, a gusto del Gobierno, y continuamente engañando a los opositores.
No podemos dejar de mencionar, además, la mayor capacidad del ciudadano para interpretar la realidad y la influencia de los medios de comunicación.
La situación económica del Estado boliviano es más preocupante porque si bien nuestros gobernantes se jactan de tener montos considerables de dinero como Reservas Internacionales, no se conoce a cuánto asciende la deuda externa, la interna, el porcentaje de ejecución de los Presupuestos del Estado en los últimos seis años, el monto de las donaciones al país o al Presidente del Estado y otros ingresos o egresos que estarían a cargo del Tesoro General de la Nación. Toda esta administración de los recursos económicos deja mucho que desear, al extremo de que los inversores extranjeros catalogan a nuestro país como el más inseguro desde el punto de vista político y legal.
De todos modos, los gobernantes manejan recursos económicos sin que el pueblo sepa de dónde provienen, lo que contribuye a desprestigiar mucho más a nuestro país.
El autor es docente universitario.
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